«Dios está por venir» en El Salvador

"Dios está por venir" en El Salvador
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Luis Eduardo Velázquez Director del diario y semanario digital Capital CDMX

San Salvador.– El Chele es un hombre que frisa los 40 años, militante activo de la izquierda, quien desde joven vende huevos en algunos de los 264 municipios de El Salvador para vivir dignamente y alejado de las pandillas, acostumbradas al dinero fácil. En sus calles se repite como mantra la frase “Dios está por venir”.

Cada fin de semana, cuando descansa oficialmente en la alcaldía de San Salvador, David «El Chele» -esbelto de tez morena- va a una granja de su barrio Cuscatlán, uno de los 14 departamentos del país salvadoreño, y compra a buen precio el huevo para llevarlo a las comunidades donde hay poco acceso a tiendas de conveniencia o grandes súper mercados.

Con una jornada de sol a sombra, bajo una temperatura habitual de 30 grados centígrados, saca su venta con ganancias de unos 50 dólares. Al mes llega a los 200 dólares que sumados al salario mínimo en la alcaldía -300 dólares- se convierten en 600 y en ocasiones 700 dólares. Un ingreso digno para mantener a su esposa y sus dos hijos.»Ningún día descanso», dice David con una sonrisa que se contagia.

Va al volante de su camioneta, una Vanette, Nissan de 1987, que ha resistido a los años, enfundado en una camisa azul de la alcaldía. Sin inmutarse, libra a un par de cafres que se vuelan los altos en esta capital, sin agentes de tránsito.

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El Chele hace trabajo territorial en El Salvador. Foto: Luis Velázquez.

En la alcaldía, El Chele hace trabajo territorial y se encarga de que en las comunidades haya liderazgos y se atiendan las demandas ciudadanas. Llegó ahí luego de que el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) se instaló en el poder en 2014. Sus estudios en electricidad y otros oficios lo hacen versátil, pero ahora se enfoca en la licenciatura de Trabajo Social, que encaja con la labor que atiende de lunes a viernes: Caminar las calles y escuchar las quejas de los salvadoreños que se debaten en la inseguridad por las maras.

Según El Chele los pandilleros son un puñado -unos 25 mil en una población de 6 millones.

«Si hay peligro en las calles, pero las pandillas están en las comunidades y si salen a las calles la policía los detiene de inmediato», asegura con sabiduría.

Sin embargo, en La Prensa Gráfica, uno de los diarios preponderantes de El Salvador, la lectura es distinta. En su primera plana anota: «Las maras usan vehículos de una alcaldía». Con ello, se refuerza la tesis de que el gobierno de Salvador Sánchez Cerén pactó con las pandillas a fin de llevar paz al territorio salvadoreño.

El militante del FMLN admite que son un peligro las pandillas por sus vínculos con cárteles de la droga y la irrupción en el crimen organizado, lo que les ha permitido entrar a la cadena de ilícitos como las extorsiones y los secuestros.

Pero advierte que la Prensa Gráfica es un diario «tendencioso y al servicio de la derecha», por lo que tiende a mostrar una realidad distinta.

Aunque El Chele sabe bien de las pandillas porque cada fin de semana entra a las comunidades plagadas de maras.

En los diarios de El Salvador se informa que los pandilleros son grupos despiadados.

En 2015, la policía nacional de El Salvador registró un promedio de 30 muertes al día. Hoy se reportan 10.

La mayoría de los asesinatos corren a manos de las maras al cometer asaltos, secuestros o extorsiones. No es un secreto el modus operandi de estos grupos.

Al día siguiente la nota de ocho columnas de la Prensa Gráfica revela testimonios de empresarios víctimas de extorsión por pandilleros.

Por las noches, las calles lucen solitarias, principalmente, en el Centro Histórico de la capital del país, espacio que supuestamente es habitado por maras.

— ¿Cómo libras a los pandilleros en las comunidades?
— Tengo la suerte de que a muchos los conozco desde niños. Tengo mi ruta bien definida con mis clientes, entonces, cuando me ven me piden una «cora» (cuarto de dólar) o una soda y me dejan pasar a vender. Así me libro de la extorsión porque ya me conocen, pero hay otros que la tienen más difícil.

— ¿Las comunidades viven amenazadas?
— Es complejo porque muchas personas son familiares de los pandilleros y existe la creencia de que ellos los protegen de la llegada de otros grupos.

En las avenidas de El Salvador lucen casas abandonadas. El Chele dice que así están desde el sismo de 1986. En la red, investigaciones periodísticas cuentan testimonios de familias que de un día a otro huyeron de su país al ser extorsionados por las maras.

Movilidad decadente

Al recorrer El Salvador se observa un transporte público decadente, unidades con más de 40 años, destartaladas, que forman nubes negras de diesel al arrancar en cada parada. Unidades que ya cumplieron su vida útil y son insuficientes porque avanzan con pasajeros hacinados.

Poco a poco llega la renovación del transporte público, dice El Chele y señala el Sistema Integral de Transporte Multi Modal (Sitramm).

Los camiones tipo Euro IV pintados de azul lucen impactantes ante los viejos camiones del transporte público.

La movilidad en El Salvador es compleja y poco regulada. Incluso en el centro circulan con matrícula de autos privados, camionetas enrejadas en su parte trasera, donde cuelgan decenas de personas de pie afianzadas a un lazo.

"Los picacheros" son transportes privados sin regulación. Foto: Luis Velázquez.
«Los picacheros» son transportes privados sin regulación. Foto: Luis Velázquez.

«Son los picacheros», afirma David y acaricia su barba de candado. Explica que esas unidades vienen de los municipios en las montañas o zonas alejadas donde no hay transporte público.

— ¿No están reguladas?
— No, ve sus placas y son particulares, por eso traen a los pasajeros de pie, pero son útiles para mucha gente.

El Chele detiene su unidad en un parqueadero del Centro Histórico que luce desolado, pero lleno de comercio ambulante. El Palacio Nacional se encuentra como el transporte, también a medias y en la misma situación está la Catedral donde descansa monseñor Romero, el hombre que luchó por la unidad de la izquierda. «Lleva 100 años en construcción esta Catedral», dice David.

Así se convive en la zona céntrica, colmada de obras para reordenar el comercio informal. Aunque no hay amenaza de pandilleros, la inseguridad se percibe en las pequeñas calles sin policía de proximidad.

A unos metros, sobre la calle Rubén Darío siguen los residuos de un incendió que hace una semana arrasó en la zona de la vendimia. La venta de productos a dólar no se detiene. Ni las llamas lograron detenerlos.

 

Toque de queda

Cae la noche en la capital salvadoreña y las personas empiezan a desaparecer. Para El Chele es normal porque el salvadoreño común inicia su día a las 4 o 5 de la mañana. La oferta del transporte público es nula y circulan pocos autos.

La recomendación a los turistas es no salir de noche. Hay versiones de que en las noches rondan los pandilleros y pueden secuestrar a los viajeros. Uno de los visitantes a la capital salvadoreña contaba que ya se habían asesinado 69 estadounidenses en lo que va del año y por eso EU creó la alerta a sus nacionales que viajan a El Salvador.

Causa incertidumbre no ver patrullaje en las calles. Algunos dicen que tampoco son una solución por eso de que tienen pactos con las pandillas. Nadie sabe que es peor. Lo cierto es que se respira miedo y las calles vacías elevan la paranoia de toparse con un mara en el camino.

Un joven se detiene en un puesto de artesanías y la dueña del local se entera de que está hospedado en el Centro Histórico. «Tenga cuidado», le advierte. Luego le cuenta que uno de sus nietos fue asesinado por la zona, donde visitaba a su novia que resultó ser amante de un pandillero.

Son historias de terror que corren de boca en boca. Aunque las autoridades afirman que no hay peligro, la inseguridad diario dicta un toque de queda.

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El comercio informal se desborda en la calle Rubén Darío, en el Centro Histórico. Foto: Luis Velázquez.

Libertad y muerte

Por el sur de El Salvador se extiende una franja con amplía vegetación. El calor es incesante, aún cuando cae la lluvia.
Es la zona de playa. El camino al puerto Libertad es sinuoso. Al llegar a la bahía hay diversas playas como El Majahual, Tucon y el muelle del Malecón.

Ahí, las olas pegan con la fuerza de un huracán. El muelle se cimbra cada que rompe una ola de cuatro o cinco metros.
El fin del muelle está colmado de barcas y uno que otro pescador que tira su filoso anzuelo en busca de peces para vender en ese amplio corredor.

El olor a pescado es penetrante. Es la materia prima de ese puerto que en toda su orilla tiene pequeños restaurantes y fondas.

El puerto Libertad alberga distintas playas turísticas de El Salvador. Foto: Luis Velázquez.
El puerto Libertad alberga distintas playas turísticas de El Salvador. Foto: Luis Velázquez.

Para llegar a cada playa hay que librar una angosta carretera. Los camiones avanzan a más de 80 kilómetros por hora. Los accidentes son frecuentes. La prensa de hoy cuenta que en lo que va del año se han registrado 600 accidentes fatales.

La madrugada de ayer dejó cuatro muertos en la carretera de la Libertad. El Chele dice que es un hecho aislado porque el camino es seguro. Lo dice al conducir su camioneta y librar a camioneros imprudentes en el centro de la capital.

Al entrar a la playa, se ven hogares a unos metros de la arena. Con arena húmeda. Son las tres de la tarde y las olas rompen con fuerza. La marea es alta, pero a nadie parece preocuparle.

«En unas horas las olas llegan hasta acá», dice el vendedor de un restaurante y señala las calles pavimentadas. En un par de horas, llegan los trabajadores y el pueblo empieza a salir a las calles.

Son familias humildes que se paran frente al mar, cual turistas a ver el majestuoso Océano Pacífico, que desata su furia en sus casas.

En este junio, las olas alcanzaron a sus pobladores e inundaron sus casas este fin de semana.

El Salvador es una tierra de contrastes, casas con valor comercial de 500,000 mil dólares en la zona de Santa Tecla colindan con casas de lámina. En sus plazas y por cualquier esquina rezan frases cristianas como «Dios está por venir, alabado sea» y la izquierda en el poder, que en otras regiones de América Latina es agnóstica, aquí se rinde ante su Salvador y la Iglesia.

El Chele sigue al volante de su vagoneta blanca y sube a un mirador en Cuscatlán, que colinda con una zona residencial. «Este es un lugar de los pobres. Si no tienes plata para venir al estadio aquí te puedes venir a ver el partido o un concierto», dice parado en una zona con pasto desbordado que ofrece una amplia panorámica de El Salvador, donde hombres como El Chele no se amedrentan porque saben que Dios está por venir.


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