Hace 100 años murió Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, un 21 de enero. Fue un ícono para la izquierda, porque tenía las medallas de la fundación de la Unión Soviética.
Su momia, en la Plaza Roja de Moscú, ha sido testigo del auge y caída de lo que él mismo propició. Los restos son, siguiendo a François Furet, el pasado de una ilusión.
Como todo hombre de estado, el legado de Lenin es de contrastes, ya que estableció condiciones de igualdad y desarrollo que no habían existido en Rusia, pero también desató un régimen de terror.
En México su influencia resultó más romántica que práctica, ya que quien sí ejerció un liderazgo oscuro en algunas corrientes del Partido Comunista fue José Stalin, aunque el marxismo-leninismo marcó a generaciones enteras.
Quizá el momento más bochornoso de aquellos días fue la expulsión de Valentín Campa porque se opuso a la participación en los planes y operativos para terminar con la vida de León Trotsky, aunque esto ocurrió en 1940.
Lenin en realidad, debido a sus enfermedades, derivadas de un mal tratamiento de la sífilis, había dejado de gobernar años antes de su fallecimiento.
Estaba aislado, y esto lo aprovechó Stalin, aunque no eran tan distintos y estaban convencidos de la necesidad de un régimen de dureza, en el que cualquier disidencia terminara en un castigo ejemplar.
El 20 de diciembre de 1917, por órdenes de Lenin se creó la Comisión Extraordinaria para la Lucha contra la Contrarrevolución y Sabotaje de Toda Rusia, “La Cheka”.
Los grupos de la izquierda mexicana eran marginales en 1924 y más bien interactuaban dentro del propio proceso revolucionario y en los sectores obreros y campesinos.
En enero de ese año, habían fusilado en Yucatán a Felipe Carrillo Puerto y estaba por terminar su mandato Álvaro Obregón.
Es decir, los problemas resultaban de tal calibre, que lo que ocurría en Rusia podía ser visto como una suerte contraste entre revoluciones sociales, pero que irían por caminos muy distintos.
A pesar de ello, el leninismo tuvo cierta influencia en momentos en que la izquierda mexicana creía que la toma del poder tenía que ser violenta y que había que establecer la dictadura del proletariado.
Esta suerte de acto de fe tuvo diversas consecuencias ideológicas, aunque nunca significó un planteamiento que en realidad pudiera convertirse en una estrategia de avance político, sino por el contrario.
El PCM se distanció de Moscú y eso ayudó a que su apuesta fuera la de la construcción de la democracia y por ello se enfocó en la unidad de las fuerzas progresistas, transitando, no sin dificultades, al Partido Socialista Unificado de México y posteriormente al Partido Mexicano Socialista que se disolvería para propiciar el nacimiento del PRD.
Quizá las desangeladas conmemoraciones sobre Lenin sean una suerte de epitafio sobre un régimen que prometió la felicidad y terminó por implantar el desasosiego y la zozobra.
Un experimento extraño, pero que cautivó a algunas de las mentes más poderosas del siglo pasado.
Había un cartel del propio PCM en los años ochenta, probablemente diseñado para alguna efeméride, que era la silueta de Lenin en alto contraste en blanco y negro, con la frase: “la humanidad marcha de modo inevitable al socialismo.”
La historia, ya lo sabemos, suele ser cruel con semejantes arrogancias.
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