García Luna y los viejos comandantes

Mi amigo

Genaro García Luna lleva tres años en prisión desde que fue detenido en Dallas, Texas, el 9 de diciembre de 2019.

Su juicio apenas iniciará porque siempre ha sostenido que es inocente.

La Fiscalía de Nueva York, que lo acusa de narcotráfico, acumuló 955 mil legajos de pruebas en contra de quien fue secretario de Seguridad Pública en México.

Esto parecería contundente, pero hasta el momento no lo es, porque la defensa aún no conoce este cúmulo de expedientes y porque solo los fiscales saben la calidad de sus indagatorias.

García Luna es, por mucho, el exfuncionario mexicano de mayor rango que ha sido sometido a juicio en Estados Unidos.

Por general, y en lo que respecta a los policías, prefieren colaborar con las autoridades y las agencias de seguridad cuando caen en desgracia, porque ello les permite no ser condenados a largos periodos de privación de la libertad, e inclusive pueden acogerse al programa de testigos protegidos, que en ocasiones implica un cambio de identidad.

Pero las cosas no siempre terminan bien. Hace algunos años, en 1990, Guillermo González Calderoni, uno de los comandantes de la Policía Judicial Federal (PJF), huyó de México para no ser detenido. Contaba con una riqueza que no podía explicar.

Tenía acusaciones de tortura de las que la CNDH hizo recomendaciones severas, pero sobre todo una biografía de claroscuros, de esas que se forjan en los bajos mundos y siempre se desarrollan en los límites difusos de la ley.

Medallas no le faltaban, y entre ellas las de la captura de Félix Gallardo, quien era el líder más relevante del narcotráfico en el país.

A González Calderoni lo protegió la DEA y colaboró con ellos.

No hay certeza de la información que proporcionó, ni para qué fue utilizada.

Vivía en Mc Allen, Texas, hasta que un gatillero lo asesino en febrero de 2003.

Fue precisamente contra ese tipo de comandantes, la vieja guardia de la policía, que García Luna concibió la Agencia Federal de Investigación (AFI), que en teoría cambiaría la cultura y las prácticas en la propia PGR.

Toda una paradoja porque, aunque por motivos distintos, las aguas desembocaron donde no se debía.

Moralejas, por lo demás, no hay ninguna, acaso solo la de atestiguar que los policías, sea como sea, terminan recorriendo sendas muy oscuras, semejantes al poder que tuvieron.

No es para alegrarse, porque ello representa uno de los rasgos más firmes de las debilidades institucionales que se padecen, antes y ahora.

Culpables o inocentes, quizá atestigüemos las cumbres y los sótanos de los García Luna y los Calderoni de los próximos años.

La AFI ya no existe, la PJF tampoco. Es una muestra de lo que ha ocurrido y de lo que puede ocurrir en los próximos menses, cuando se empiecen a desahogar las pruebas, a la hora ya de la verdad y cuando los jurados escuchen la historia de la policía mexicana, la que intentó ser luminosa y terminó en los fríos pasillos de la Corte Federal de Brooklyn.


Publicado en Forbes México el 17 de enero de 2023.

 

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