Sanborns de San Ángel y la vida que pasa

Ciudad de México.- El Sanborns de avenida de La Paz, en San Ángel, es testigo de la vida universitaria y por ello, de las pulsaciones más fuertes y profundas de la Ciudad de México.  

Por su cercanía con el campus, era un punto de reunión de intelectuales, estudiantes, políticos y activistas.

Incontables horas se consumieron en discusiones de grupos que nos oponíamos a las reformas impulsadas por el rector Jorge Carpizo y también por quienes las apoyaban. La UNAM en el centro de todas sus tormentas, pero a la vez como referente de un horizonte de mejoría y de compromiso con la sociedad.

Pagando un café, se podía uno instalar durante horas, improvisando oficinas comunes.

Finales de los años ochenta resultó una especie de ejercicio de calentamiento para procesos sociales y políticos que se irían desarrollando en los siguientes años.

El Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y las elecciones de 1988 marcarían las líneas de aceleración de una voluntad de cambio que cristalizó en la construcción de partidos, organizaciones e instituciones que ayudaron, en mucho, a nuestra transición democrática.

Una parte nada despreciable de la izquierda intelectual desayunó, comió y cenó en su restaurante y abrevó sus revistas y diarios, cuando solo se conseguían ahí, en un momento en que internet no existía.

Pasaron los años y las certezas se volvieron dudas, pero las amistades se fortalecieron. Entendimos que, como universitarios, teníamos más puntos de coincidencia, que de conflicto, y que la agenda del país permitía la convergencia de historias, temperamentos y apuestas.   

La Ciudad cambia, pero hay lugares que son una especie de ancla de la memoria y por eso cuando se anuncia su cierre sobreviene una suerte de nostalgia.

En el bar del Sanborns, en esa pequeña terraza desde la que se podía observar el monumento al general Álvaro Obregón, aprendí a discutir, a utilizar todos los instrumentos y la información para tratar de aventajar en una idea, pero sobre todo, gracias a buenos amigos, comprendí algo más importante: la riqueza de no tener razón y aceptarlo, para corregir y avanzar, preservando la capacidad de la sorpresa.

Nuestras tertulias, siguiendo el consejo de Luis Spota, eran sobre la política y los toros. La primera, insisto, estaba en una ebullición constante, que además se potenciaba por transformaciones en el mundo entero y lo segundo, se expresaba en la tradición de asistir a la Plaza México los domingos, como un tributo a nuestros viejos, pero a cambio de la magia indescriptible de una fiesta hoy bajo ataque y entredicho.

Me entero por Roberto Fuentes Vivar, que el Sanborns de San Ángel, cerrará sus puertas, es el colofón de toda una época, la constatación de que algo se desvanece, que además, se suma a las angustias que desató el Covid-19 y ante la certeza que ahora tenemos de que, en efecto, ya nada será igual y menos la vieja casona que albergó las esperanza y anhelos de generaciones que hoy ven, vemos, en riesgo, lo que se había logrado.

Quizá, recordando a Juan Marsé, podríamos decir que “la vida no suele ser como la esperábamos”, pero que no deja de sorprendernos y más aún si la miramos desde el viejo San Ángel, cuando podíamos comernos el mundo a puños.

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