Ortega el perpetuo

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Ortega el perpetuo. Daniel Ortega ganó las elecciones en Nicaragua.

Era imposible que las perdiera, porque metió a la cárcel a siete de sus adversarios y canceló tres partidos opositores.

El 76 por ciento de los votantes sufragaron por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), el partido de Ortega.

El nivel de abstencionismo es una incógnita, porque los reportes informativos documentaron una muy baja participación.

Pero el Consejo Supremo Electoral informó que acudieron a las urnas el 65 por ciento de los empadronados.

Nicaragua es una dictadura. No hay espacio para las oposiciones y los disidentes tienen dos opciones: el exilio o la cárcel.

A estas alturas es un misterio el que se siga ocupando de realizar elecciones, cuando se sabe que se hacen sin las mínimas condiciones democráticas.

Por eso la Unión Europea y los Estados Unidos, entre muchos otros países, rechazaron los resultados y advirtieron sobre los riesgos que implica para la región la perpetuación de un sujeto como Ortega, carente de cualquier referente ético y capaz de las atrocidades más elaboradas.

Pero el líder sandinista no está solo, lo respaldan sus colegas en Rusia, Venezuela, Bolivia y Cuba.

Ortega acumulará cinco periodos en la presidencia de la República y cuatro de ellos en forma consecutiva.

Todo un récord que solo se iguala con la descomposición política y económica que ha logrado.

Ortega el perpetuo

Lo hace junto a su esposa, Rosario Murillo, quien es vicepresidenta y a quien se responsabiliza de una parte nada despreciable de la represión que ahí se ha desatado contra cualquier voz crítica.

Las democracias liberales están en riesgo en todo el mundo, pero lo de Nicaragua es una caricatura siniestra de los desenlaces más bochornosos, cuando la clase política traiciona a los ciudadanos y en el caso de Ortega a una revolución inclusive.

Nicaragua es una advertencia, un recordatorio de que la degradación política no tiene fondo.

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