Moreira: el claroscuro de la justicia

Ciudad de México.- La búsqueda de la justicia tiene torceduras extrañas. Los dos policías que hace ocho años colaboraron con sicarios de los Zetas para asesinar a Eduardo Moreira Rodríguez quedaron en libertad.

El juez encontró recovecos y fallas al debido proceso y decidió soltar a dos hampones que, además, traicionaron a la policía municipal de Ciudad Acuña, al ponerse al servicio de uno de los peores maleantes: Miguel Ángel Treviño, el Z-40.

El juzgador argumentó, por lo que se desprende de la sentencia a la que tuvo acceso el reportero de Milenio, Rubén Mosso, que los policías fueron arraigados por la procuraduría del Estado y que esta institución no tenía facultades para ello.

Poco importó que estuviera acreditada la participación de los policías en los hechos y que hubieran colaborado en un asunto tan lamentable, porque, Moreira Rodríguez era un joven trabajador, con visión de los problemas sociales, ajeno a cualquier conducta delictiva y con una vocación política como la de su padre, Humberto Moreira Valdez.

La liberación de Rodolfo Castillo y de Víctor Landeros es todavía más espeluznante, si se tiene en cuenta que El Z-40 ordenó matar al muchacho, porque en un operativo de fuerzas federales y locales había sido abatido previamente su sobrino. “Sobrino por sobrino”, fue la orden. Gobernaba Coahuila, en aquel octubre de 2012, Rubén Moreira Valdez, tío de Eduardo.

Los Zetas desplegaron un reino de terror que tuvo muchas víctimas y una de ellas fueron los Moreira, aunque esto no evitó que se difundieran historias injuriosas o que se desataran persecuciones.

Hace unas semanas la Audiencia Nacional de España, liberó a Humberto Moreira Valdez de cualquier responsabilidad de lavado de dinero y de colaboración con grupos criminales.

Hay testimonios, recabados por la policía española, que señalan que los operadores de los Zetas, y entre ellos Juan Manuel Muñoz, lo que querían era afectar a los Moreira y no coludirse con ellos.

Esto importa y mucho, porque ya era evidente que el ex gobernador no podía tener nada que ver con semejantes bandidos, ya que pagó un precio descomunal que afectó la vida de su familia y la propia.

Alguna vez, semanas después del homicidio me diría, con esa fuerza que tienen quienes padecen historias de las que no hay retorno:

–¿Qué más me tiene que pasar para dejen de decir que tengo algo que ver con esos grupos?

En efecto, nada tenía que pasar, pero pasó. El momento es de claroscuros, porque avanza la impunidad de piezas centrales del homicidio de Moreira Rodríguez, pero al mismo tiempo la justicia española pone las cosas en su lugar.

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