Hay temor, desesperanza y estrés, pero nadie llora

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Alberto Cuenca Reportero en Capital CDMX

Ciudad de México.- Las calles de colonias como la Roma, la Condesa y la Del Valle son un ir y venir de personas, de jóvenes con palas, mazos y picos; de señoras con agua y comida; de policías y socorristas que acordonan edificios dañados por doquier. Hay estrés y preocupación en las miradas, pero nadie llora.

A más de un día del sismo, ninguno de los brigadistas, voluntarios ni curiosos que se agolpan en torno a los edificios colapsados emite siquiera un sollozo. No llora la hermana de Dulce, desaparecida desde el martes.

Dulce es una joven de 25 años que hace apenas cuatro meses había entrado a trabajar como auxiliar contable en una oficina del edificio localizado en Álvaro Obregón 286. Los pisos superiores del inmueble se colapsaron y hasta la tarde noche del miércoles se presumía que había ahí más de 30 personas atrapadas.

Atrás de una valla resguardada por granaderos y soldados, la hermana de Dulce observa ensimismada como los brigadistas tratan de rescatar a sobrevivientes, pero también a fallecidos. Un brigadistas se acerca cada hora a dar informes a los familiares de los desaparecidos del edificio de Álvaro Obregón 286, quienes se encuentran concentrados en el cruce con la calle de Valladolid.

El último informe es desalentador, porque el brigadista reconoce que no hay nada qué informar. El estatus es el mismo, les dice. Se trabaja intensamente en el rescate de personas, pero han pasado muchas horas sin recuperar a nadie.

Y a pesar de las malas noticias nadie llora, ni siquiera un adulto mayor que impotente le grita al brigadistas, reclamándole que "cómo es posible". De Dulce se sabe que trabajaba en el cuarto piso del edificio y que poco antes del sismo había mantenido contacto con su familia vía whatsapp. Después de eso se perdió toda comunicación y el teléfono celular que tenía la muchacha manda a buzón.

A la valla de policías y soldados que se ha montado en las calles de Valladolid y Álvaro Obregón llega un grupo de civiles con palas, picos y mazos. Son integrantes del grupo de rescate Topos de México, pero los militares les prohíben el acceso.

Un soldado les dice que su ayuda aquí ya no es necesaria, porque hay la suficiente de parte de brigadas del propio gobierno especializadas en rescate.

El señor al frente de los Topos se molesta. Dice que ellos también son especialistas, pero no le vale para poder ingresar a la zona del colapso. Se va de ahí enfurecido rodeado de una veintena de sus compañeros.

La escena de brigadistas civiles impedidos por militares para ingresar a zonas de edificios colapsados se repite en otros sitios, como en Puebla y Valladolid, donde dos integrantes de Topos México llegan en motocicletas al retén militar y un teniente les dice que no, que ya hay el personal suficiente trabajando en la zona, pero que si quieren vayan a otro punto de acceso que se ubica del lado de la calle de Salamanca, a ver si por ahí pueden entrar. Tampoco lo logran.

En la calle de Puebla, a la incertidumbre generada por el sismo se suma otra preocupación. Huele a gas, y mucho. Los policías exigen a la gente agolpaba en la zona que no fumen. Los voluntarios piden a las personas que no utilicen sus teléfonos celulares. Nadie sabe de dónde proviene el olor. "Apaguen todo lo que pueda generar un chispaso, huele a gas, huele a gas", grita una voluntaria con el rostro de preocupación.

Lo que aquí ha quedado claro es que el Ejército, la Marina, la Policía Federal y la policía capitalina han tomado el control del rescate de víctimas. Los civiles, por más herramientas que lleven o más preparación que presuman se quedan fuera, mirando a distancia como con grúas y maquinaria pesada se retiran lozas,  columnas, varillas y trabes de los edificios que cayeron tras el sismo.

Lo único que puede pasar por estas vallas de uniformados son herramientas y polines. Cientos de polines pasan por los distintos puntos de control que han instalado los militares en torno a los edificios caídos.

A los civiles les ha quedado la tarea de recopilación y reparto de víveres y medicamentos, pero es un caos. Todos gritan y ordenan. Ponerse de acuerdo resulta un lío y la improvisación predomina.

Las miles de personas que han salido dispuestas a ayudar no saben cómo. Se acercan a policías y soldados a preguntar en dónde y de qué forma ayudan, pero los uniformados no saben qué responderles.

Así, cada quien hace lo que puede y donde sea, cargando cajas o cerca de un improvisado retén auxiliando para desahogar el tráfico, ofreciendo tortas y agua a diestra y siniestra o en vallas humanas para pasar víveres de mano en mano y cargar camionetas con ayuda que partirán a algún punto de la ciudad o a otra entidad.

La mayoría de los que ofrecen ayuda son jóvenes. Todos ellos impetuosos, tanto que cuando entre la muchedumbre alguien grita que se requieren voluntarios decenas de manos se alzan al mismo tiempo.

Jóvenes en motocicletas y ciclistas recorren las calles, listos para trasladar comida, agua o a otras personas. Por la Roma y la Del Valle pasan camionetas de redilas cargadas de muchachos con cascos, chalecos y alguna herramienta en mano. Si alguien les dice que vayan a algún punto de ayuda, se suben veloces a las camionetas y se enfilan hacia allá, o lo hacen hasta corriendo, lo que genera que turbas de personas corran sin control hacia quién sabe donde.

Las escenas se repiten en Viaducto y Monterrey, en Baja California y Medellín, en Álvaro Obregón y Yucatán, en Salamanca y Chapultepec, en el Parque España, en la calle de Ámsterdam, en Concepción Beistegui y Gabriel Mancera, en la Glorieta de las Cibeles, que se ha convertido en un enorme centro de acopio y traslado de víveres.

La ayuda parece desbordada. Hay tanta que en una atiborrada carpa que se ha montado en Salamanca y Chapultepec una joven pide por altavoz llevar los víveres al Campo Marte. Al unísono varios le responden entre gritos: "¡Allá ya está lleno!".

Pero aún así el apoyo no cesa. Más personas llegan con comida enlatada, con fruta, tortas, sandwiches, agua embotellada y medicamentos. Autos con sus cajuela abiertas esperan recibir víveres para llevarlos a quién sabe dónde.

Mientras las calles se desbordan de apoyo, los vecinos de edificios dañados observan atónitos el trajín de voluntarios y brigadistas. No pueden entrar a sus casas porque las estructuras quedaron muy dañadas debido al sismo.

Hay casos donde el edificio tendrá que ser demolido, como en Patricio Sanz 37, en la colonia Del Valle. Ahí la planta baja del inmueble se colapso y lo que antes era el primer piso hoy está a nivel de calle.

Los habitantes de esos departamentos no saben cuándo ni cómo podrán ingresar para recuperar documentos y objetos de valor. Han perdido todo su patrimonio, pero nadie llora.

La calle de Patricio Sanz está acordonada por policías, debido al riesgo de que el edificio se venga abajo. El temor a una réplica es constante.

Calles que hasta la mañana de ayer no estaban acordonadas, para la tarde noche ya lo están, porque hay edificios en riesgo de caerse. Cordones de seguridad hay por toda la Roma, la Condesa y la Del Valle. Son cientos las estructuras dañadas.

Se presume que una de ellas es el edificio que alberga al Plaza Condesa, un centro de espectáculos  famoso por los conciertos que ha albergado. Los militares han cerrado las calles de Tamaulipas y Juan Escutia, porque el inmueble podría tener fracturas.

Sobre Juan Escutia y a varios metros de distancia, decenas de personas miran hacia el Plaza Condesa, en particular hacia un anuncio espectacular montado en la azotea del edificio que se mueve peligrosamente a causa del viento. Irónico resulta ver que la imagen principal de ese anuncio sea un sonriente Miguel Ángel Mancera promocionando su quinto informe de gobierno.

Otro edificio que ha generado alerta y el acordonamiento de calles y avenidas se ubica en el Eje 3 y la calle de Medellín. Es una tienda de pinturas, de la que cientos de brigadistas han sacado, de mano en mano, los solventes y las cubetas con material que podría generar un incendio.

El retén se amplía hasta la calle de Manzanillo, porque en ese punto hay un edificio de oficinas que también podría venirse abajo.

Las heridas que dejó el sismo del martes comienzan a multiplicarse por doquier. Los riesgos para la población se asoman en cualquier edificio. Todos miran hacia arriba esperando ubicar grietas y lozas dañadas de algún inmueble. La preocupación y la incertidumbre se han apoderado de los capitalinos y, como hace 32 años, derivado de un sismo que se registró un 19 de septiembre, la recuperación y reconstrucción serán un proceso largo y complicado.

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