Contra la reelección

El partido

Vivimos en un mundo al revés. Mientras que en las democracias avanzadas, donde existe la posibilidad de reelección del Ejecutivo o de los cuerpos legislativos, esta se entiende como el derecho de un ciudadano que fue elegido y ejerció una función pública con renovación periódica y que se propone repetir en el cargo como resultado de la calidad del trabajo desempeñado a los ojos de sus conciudadanos, en México la posibilidad de la reelección es potestad exclusiva de los partidos políticos.

Sus dirigencias deciden, premian o castigan a quienes buscan la reelección en función de sus propios cálculos e intereses.

Rápidamente, se ha olvidado que el principio de la no reelección fue la principal bandera del movimiento revolucionario mexicano de 1910 y que en su defensa murió el 10% de la población existente en el país durante esa época.

Además, el postulado de la no reelección se desarrolló históricamente como un símbolo político y como el instrumento imprescindible del constitucionalismo liberal y democrático.

Ahora que los partidos están ratificando a los candidatos que presentarán en las próximas elecciones, la opinión pública observa que la gran mayoría optó por reelegirse y que los nuevos candidatos son representativos de un pasado muerto y sepultado.

De esta manera, se ha venido consolidando la idea entre la población de que existe una casta cerrada, una clase política mediocre y alejada de la cotidiana realidad de los ciudadanos.

Se trata de una oligarquía que domina todos los espacios políticos.

Tenía razón el sociólogo Robert Michels, cuando afirmaba en su obra: “Los Partidos Políticos. Un Estudio sobre las Tendencias Oligárquicas de la Democracia Moderna” de 1911, que el establecimiento del gobierno de una élite u oligarquía, siempre acontece a través de la organización.

Recordaba que de acuerdo con su «formación» la clase política puede ser “aristocrática” cuando se integra a través de métodos hereditarios; o “liberal-democrática” cuando surge con la participación del pueblo.

Por cuanto respecta a su «organización» la clase política también puede constituirse “de arriba hacia abajo” (aristocrática) o “de abajo hacia arriba” (democrática).

Al formular su “Ley de Hierro de la Oligarquía”, sostiene que todas las organizaciones, independientemente de cuán democráticas sean inicialmente, al final se convierten en oligárquicas.

Sus teorías sobre las élites contribuyen a la comprensión del principio político de la no reelección, sobre todo cuando sostiene que el fundamento básico de la vida democrática es la “circulación de las élites” y la “renovación de la clase política”.

La verdadera mayoría es la que no vota y no se cuenta, la que no traduce su derecho al voto en escaños.

Cuando se afirma que en estas elecciones del 2024 la disyuntiva no es entre izquierda y derecha, sino entre democracia y autoritarismo, la respuesta es que ni una, ni la otra.

La verdadera contraposición acontecerá entre “los pocos”, que son las oligarquías, y “los muchos”, que representan a la gente común y corriente.

Las instituciones y la política contemporánea, incluida la democracia constitucional, nunca han eliminado a las oligarquías, ni han hecho que los oligarcas queden políticamente obsoletos.

La contraposición de los pocos contra los muchos proyecta una crítica demoledora a una oposición política que muestra todos los signos de su adhesión conformista a la lógica dominante.

La natural tendencia a la formación de oligarquías en las democracias solo puede contrarrestarse con la adecuada rotación de los grupos políticos en los diferentes espacios donde se ejerce el poder.

La no reelección plantea el impedimento para la creación de nuevas oligarquías y permite el ingreso continuo de nuevos actores políticos.

El reparto de candidaturas entre oligarquías es la característica principal de los sistemas partidocráticos, mientras que la competitividad es un aspecto esencial de la modernidad política.

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