Ciudad de México.- El «clic» de una cámara al tomar una fotografía es inconfundible; y en el silencio que se guarda en este funeral, es lo único que se escucha. Es el sepelio del fotoperiodista asesinado el pasado viernes, Rubén Espinosa Becerril, en un departamento de la Narvarte junto con otras cuatro mujeres.
Además de su familia, su pareja, sus amigos y colegas y su perro Cosmos, hay veinte cámaras apuntando hacia su féretro. No falta nada de lo que más quiso.
Rubén tenía dos hermanas. Una de ellas es quien organiza el ritual para despedirlo y presume la profesión de su hermano: al cuello trae una acreditación del Instituto Nacional Electoral con la foto y nombre del reportero gráfico. La otra hermana no puede esconder su dolor: llora y grita «¡Te amo, Rubén!» y «¡Rubén vive!».
La familia quiso esperar a que llegaran los amigos de Rubén que venían de Xalapa, Veracruz -entidad de la que salió por presuntas amenazas del gobernador Javier Duarte- para despedir al periodista. Cuando se completa el círculo alrededor de la fosa, un par de personas traen el cuerpo. Sus cercanos aplauden, también la prensa.
Su familia entera se acerca a dar el último adiós. A los padres se les nota el sufrimientos en el rostro rojo, ojeroso y desconcertado.
Pronto lo único que se escucha son los sollozos y llantos. Una guardia de seis brazos y seis cámaras se levanta apuntando hacia el cielo. Se entierra el cuerpo de Rubén. Familia y prensa vuelven a aplaudir. Los niños son los encargados de arrojar flores en la fosa antes de que ésta se vuelva a llenar.
La hermana que carga a Rubén en el cuello abre un espacio para los asistentes expresen algunas palabras -aclara que sólo quieren escuchar comentarios directos sobre su hermano, no sobre el contexto de su muerte.
«Hoy enterramos a Rubén, pero su alma, sus ideas y su corazón apenas renacen», dice una voz.
El padre también aprovecha su turno, pero habla bajito, para que apenas lo escuche su familia; se persigna.
El rito termina y la familia pide respetar su duelo privado, puntualiza que no darán entrevistas ni conferencias.
Sobre la tumba se ponen arreglos florales y una corona, también una pequeñísima cámara fotográfica de plástico entre las plantas. La prensa no se va sin rendirle un homenaje: dejan en el piso sus cámaras profesionales para que no se olvide que a Rubén lo mató «lo que más le gustaba hacer».