Guerra contra los civiles

El partido

Es necesaria una revolución de las mentalidades para entender que la paz no es un dato sino una conquista.

La paz no es un bien de consumo, sino el producto de un compromiso.

No es un punto de partida, sino una meta de llegada. La paz reclama lucha, sufrimiento y tenacidad. Exige altos costos de incomprensión y sacrificio.

La paz implica un compromiso civil, ético y humanitario. La idea cristiana, que nació con la invitación originaria de “poner la otra mejilla”, dejo su lugar —con el paso de los siglos— al rechazo de la guerra y las lógicas de la prepotencia, apareció como una novedad del pensamiento ilustrado que enseña la idea de la Paz Perpetua en autores como Voltaire, Rousseau y Kant.

Esta idea evolucionará hasta dar vida al moderno pacifismo típico de la izquierda liberal que, sin embargo, se encuentra en medio de numerosas contradicciones y diversidad de puntos de vista frente a hechos concretos de la historia de la guerra, así como de sus justificaciones: tanto la defensa de la integridad nacional como la idea de la legítima defensa.

La confrontación que reinició este sábado entre el gobierno de Israel y las diversas organizaciones del pueblo palestino -destacadamente su organización política más representativa denominada “Hamas” que llegó al poder en Palestina por medio de elecciones libres en 2006-, ha producido cientos de muertos y miles de heridos, principalmente civiles. Israel ha declarado un “Estado de Guerra” ordenando la inmediata movilización de todo su ejército y de miles de reservistas para recuperar las posiciones perdidas, mientras que las segundas reivindican la violencia suicida como única respuesta al cotidiano asedio, hostigamiento y expoliación que sufren en sus tierras, producto de lo que denominan: “los crímenes de las fuerzas de ocupación sionista”.

Esta guerra que amenaza con extenderse a otras regiones, inició hace más de cinco décadas cuando en 1967 estalló “la Guerra de los Seis Días”, que enfrentó militarmente, por primera vez, al recién creado Estado de Israel (fundado en 1948 al finalizar el Mandato británico de Palestina) contra una coalición de países árabes. A partir de allí, los conflictos continuaron, sobre todo, por las políticas de colonización forzosa emprendidas por los judíos.

La disputa actual se concentra en la Franja de Gaza que es un territorio que, junto con Cisjordania, conforma el Estado Palestino.

La incomprensión del fenómeno de la guerra ha llevado a la esquizofrenia a numerosos “analistas”, quienes hoy manifiestan rabiosamente su apoyo a una o a otra de las partes, cuando apenas hace poco tiempo se manifestaban contra la invasión militar de Rusia a Ucrania.

Los caracteriza una doble moral cuando conciben algunas guerras como “justas” y a otras como “injustas”.

En estos momentos el mundo occidental apoya incondicionalmente a Ucrania en su lucha contra la ocupación rusa, mientras que, contradictoriamente, rechaza y condena a los palestinos en su lucha contra la ocupación israelí. No existen guerras buenas y guerras malas, solo existen guerras y nada más.

Por ello, oponerse a la guerra hoy significa colocarse de la parte de los más débiles.

Las guerras actuales en Ucrania, Palestina, Nagorno Karabaj y otras regiones del planeta, obligan a promover incansablemente la paz.

El pacifismo representa un movimiento emergente que, junto con el feminismo y la ecología, constituyen los nuevos espacios de la identidad ciudadana que rechazan la violencia como método de solución de las controversias.

No existe nada que justifique las agresiones a los civiles y mucho menos la exhibición de sus sufrimientos en las redes sociales.

Por ello, en estos momentos oponerse radicalmente a la guerra, en cualquiera de sus formas, es un deber de los demócratas.

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