De la democracia entre las naciones. Observamos un uso patrimonialista del Estado donde la voluntad nacional es obligada a coincidir con la voluntad personal.
Una convergencia que clarifica el sentido de la transformación que propone el presidente Andrés Manuel López Obrador.
La alianza política que se impone con regímenes abiertamente no democráticos —como los casos del cubano Díaz Canel, del venezolano Nicolás Maduro o del nicaragüense Daniel Ortega— es el resultado de una decisión individual y no de un proceso institucional.
Tal asociación con el bloque de países que conforman la izquierda antidemocrática latinoamericana no obedece a razones de Estado o al desarrollo de un proyecto emancipador regional.
Sino a las simpatías ideológicas que existen en el gobierno de nuestro país respecto a una concepción de la política en la que no cabe el disenso opositor, ni los derechos humanos, ni las libertades ciudadanas.
Aunque no faltan quienes consideran que estas alianzas significan un desarrollo para la integración de esta zona del planeta, es indiscutible su sentido autoritario.
El voluntarismo personalista recorrió la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
En ella, los presidentes de Paraguay, Uruguay y Colombia, entre otros, manifestaron su rechazo a las tendencias autoritarias que apoyadas por el gobierno de México se desarrollan en la región.
De la democracia entre las naciones
En dicha reunión se discutió todo, menos lo que en realidad interesa a los ciudadanos:
La vulnerabilidad de los derechos de los migrantes en sus peligrosas travesías, la creciente desigualdad social o el ineficaz manejo de la crisis sanitaria.
Así como las restricciones que afectan el desarrollo sostenible y las libertades políticas.
El papel que en este bloque desempeña el canciller Marcelo Ebrard lo ha desacreditado ante la comunidad progresista regional para encabezar un probable Ejecutivo mexicano en 2024.
Su respaldo a las dictaduras en la región quedará como una marca indeleble en su curriculum político.
Las distintas visiones del orden mundial no derivan de la posición de los países en el sistema internacional.
Ni son un producto cultural de ideologías o sistemas políticos diversos, sino que resultan de la globalización de las expectativas ciudadanas.
En su obra Hacia la Paz Perpetua, Immanuel Kant estableció como primera condición para la realización de una confederación universal, que todos los estados cimentaran su unión en una única constitución.
Y que ésta, además, debería adoptar un carácter republicano.
Esta necesidad derivaba del contraste que el filósofo observó entre los regímenes autocráticos.
En ellos el soberano se considera propietario del Estado y puede decidir la guerra a placer.
Las repúblicas por el contrario, pueden garantizar la paz perpetua.
Afirmaba que el arte político de los príncipes parangonado con el león y el zorro como propuso Maquiavelo en El Príncipe, se ha transformado en el arte político de las repúblicas que ahora deben ser como el gato, contemporáneamente ágil y prudente.
La Paz perpetua
Las asociaciones entre estados que imaginó Kant han representado hasta nuestros días, la vía obligada para una política de paz estable y democrática.
La contraposición histórica entre las autocracias como regímenes políticos en los que una sola persona gobierna implantando su voluntad.
Sin someterse a ningún tipo de limitación. Y las repúblicas en cuanto formas de gobierno.
En ellas, la Jefatura del Estado recae en un presidente temporal.
Actualmente eso se expresa como una discrepancia entre estados autoritarios y democráticos.
Por ello, Kant tiene razón cuando plantea que el único modo para garantizar la paz perpetua es logrando que el sistema internacional se integre únicamente por estados democráticos.
Aún está lejos de suceder sobre todo cuando se mantiene el apoyo a estados autoritarios que oprimen a sus pueblos.
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