Se ha desplegado una intensa lucha por la hegemonía promovida desde el poder político.
La multitudinaria marcha celebrada el 27 de noviembre constituye una respuesta organizada, estructurada y financiada directamente por el Estado para hacer frente al creciente activismo de una sociedad civil cada vez más preocupada por las decisiones e iniciativas gubernamentales orientadas a cambiar la fisonomía de nuestro sistema democrático.
La creciente polarización de la sociedad fomentada regularmente por el lopezobradorismo, puede provocar graves afectaciones al modelo de convivencia social y política que adoptó nuestra inconclusa transición hacia un sistema abierto y pluralista.
Ahora el populismo pretende disputar a la democracia el consenso acumulado durante años, desdeñando su renovación periódica en las urnas para desplazarla hacia esquemas clientelares de control y movilización inducida de la población.
Todos los sistemas democráticos requieren de un principio de legitimación representado por el consenso libre de sus ciudadanos.
¿Consenso libre?
Cuando este consentimiento es expresado por la mayoría de la población -tanto en el ejercicio de sus derechos políticos como de sus libertades civiles- se convierte en el fundamento de la obligación política, según la cual un poder es aceptado como legítimo y debe ser obedecido solamente si goza del consenso más amplio entre sus gobernados.
Si se imagina un sistema de poder bajo la figura de una pirámide, se puede concebir que el flujo de poder puede proceder desde la base hacia el vértice o contrariamente, desde el vértice hacia la base.
Desde este punto de vista, la democracia reconoce como su principio de legitimación una forma de poder ascendente, mientras que el autoritarismo impone una forma de ejercicio del poder que desciende desde la cúspide hacia la base.
La diferencia entre el consenso libre y el consenso obligado radica en que el primero se expresa sin mediaciones, mientras que el segundo se materializa a través de intermediarios quienes actúan en nombre y por cuenta de quien se encuentra en el vértice del poder.
Esta contraposición se presenta de un lado como democracia y del otro como autocracia.
Por ello, el objetivo último del modelo autocrático es la modificación de la forma de gobierno para que el poder no se ejerza de abajo hacia arriba como dicta la forma democrática, sino que cambie de dirección para que el poder se concentre en una sola persona o partido.
Presidencialismo autoritario
Es así como el presidencialismo autoritario tradicionalmente ha centralizado los poderes de decisión.
La diferencia entre democracia y autocracia es importante porque repercute en la legitimidad, la transparencia y la rendición de cuentas.
Es la distinción entre apertura y oscuridad, entre el Estado pluralista y el Estado absolutista.
Este último proyectando la imagen del padre que guía a sus hijos menores de edad, al patrón que dispone aquello que conviene a sus empleados, al líder que dirige a sus súbditos y que es equiparado con un Dios terrenal que recibió del cielo un mandato de redención social.
El líder populista desea gobernar libremente sin rendir cuentas a nadie, porque quien obedece no tiene necesidad de ver nada.
Se está configurando en México una relación entre gobernante y gobernados fundada en un vínculo de intercambio, en el cual se ofrece protección económica y social a cambio de la obediencia ciega.
En el Estado autocrático la imposición del consenso obligatorio no es la excepción sino la regla.
Representa el más alto grado de poder político que expresa la capacidad de tomar decisiones vinculantes para el conjunto de la sociedad y que coincide con la máxima concentración de la esfera privada del gobernante.
Cuánto más grande es su poder absoluto, tanto más debe aparecer ante las masas ostentando un consenso obligatorio.
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