11 de septiembre es el único cliente de Jerusalén

Mi amigo

11 de septiembre es el único cliente de Jerusalén. La vida es como una ruleta de la suerte.

Por la mañana de un 11 de septiembre de hace 20 años, escuchaba la radio en el auto, acababa de dejar a mis hijos en la escuela.

José Gutiérrez Vivó narraba un hecho inverosímil: un avión se había impactado en uno de los edificios de las Torres Gemelas en Nueva York.

Minutos después otro avión se estrelló y todos intuimos que algo muy grave estaba ocurriendo.

Al paso de las horas supimos que Estados Unidos estaba bajo ataque y que ello iba a tener repercusiones.

Aunque nadie podía imaginar, todavía, su enorme magnitud.

14 horas después estaba abordando el vuelo de Iberia con destino a Madrid, para de ahí trasladarme a Tel-Aviv y luego a  Jerusalén.

El entonces director de La Crónica de Hoy, Pablo Hiriat, había decidido, con visión y olfato de reportero, que el diario se ocupara a fondo del tema y desde dos posiciones que podían aportar elementos para el entendimiento de la historia que se estaba desarrollando: Pakistán e Israel.

Al primer destino acudió Rubén Cortés y al otro punto, como ya adelante, yo mismo.

La idea era cubrir periodísticamente lo que sin duda era un momento axial que cambiaría la idea que teníamos del mundo y en particular de su seguridad.

El itinerario para llegar a Israel resultó bastante azaroso, ya que por las complicaciones del momento, la conexión que tenía que establecer en Milán, procedente de España, para de ahí volar al aeropuerto David Ben-Gurión, fue imposible y a los pasajeros de Al Italia nos llevaron a un pequeño hotel en Viverone.

11 de septiembre es el único cliente de Jerusalén

Foto de Haley Black en Pexels.com

Al siguiente día lo logramos, aunque con todas las advertencias e incertidumbres del caso, porque los vuelos iban restringiéndose a lo largo del mundo y más a destinos que podían ser objetivo de los terroristas.

Israel representaba un lugar interesante en esos momentos, porque era predecible que, de desatarse una guerra, esta se extendiera por Tierra Santa.

Por fortuna esto no fue así, y la diplomacia estadunidense, la Autoridad Palestina y el gobierno israelí lograron alejar aquellas profecías asumiendo que la gravedad del momento obligaba al entendimiento.

Pero en ese momento, entre el 13 y el 14 de septiembre, nadie sabía lo que deparaba el destino.

Y más bien existía una suerte de resignación activa en Jerusalén ante las posibilidades de la violencia, de ataques perpetrados desde Irak o desatados por células fundamentalistas, los que seguramente recibirían una represalia de las fuerzas armadas de proporciones semejantes a la gravedad del daño que se causaran.

Dos décadas. Han pasado tantas cosas desde entonces, y aún recuerdo a un Jerusalén desolado, con miedo en sus calles y preparado para entrar en una suerte de tinieblas.

Una mañana, en el restaurante del hotel Tres Arcos, me percaté de que sólo había una mesa preparada.

Creí que no había servicio. Al preguntarle al mesero si se podía desayunar, me dijo:

–Por supuesto, esa mesa es para usted, nuestro único cliente.

Así me pasó en diversos lugares, sobre todo en los barrios judíos, y me acostumbré a la soledad en aquellos días de vértigo.


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