Los presidentes y las tortas de milanesa

Ciudad de México.- Una de las distinciones mayores para los periodistas era la de cubrir la fuente presidencial. Integrarse a ese elenco no era sencillo, porque se requería de talento, preparación y de prudencia. Un improvisado o novato, jamás habría alcanzado esa posición. 

El trabajo no era fácil, porque las jornadas solían ser extenuantes y más aún en las giras, donde el tiempo apenas alcanzaba para escribir y mandar las notas.

Aquello tenía su recompensa, porque la presencia del reportero era cotidiana en sus medios y además se extendía a las informaciones que pudiera proporcionar en círculo cercano del presidente de la República y los integrantes de su gabinete. Muchas notas ahí se ganaban.

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Los viajes internacionales representaban un reto mayúsculo, porque todo el tiempo estaba cronometrado por el Estado Mayor Presidencial y no había forma de salirse de su libreto, sin arriesgarse a perderse las actividades o inclusive los vuelos.

Esta situación era equilibrada con el enorme profesionalismo del área encargada de la seguridad, que junto a los funcionarios de Comunicación Social hacían posible que se realizara el trabajo con toda la comodidad posible.

Los funcionarios de las estructuras de prensa solían ser profesionales con mucha experiencia, con conocimiento de los medios de comunicación y respetados por estos.

El costo de los viajes era sufragado por los propios medios de comunicación desde el periodo presidencial de Carlos Salinas de Gortari. Esto se hizo así para evitar malos entendidos y para que los editores pudieran decidir el ángulo de las coberturas de acuerdo a sus propios intereses y agendas.

Es una leyenda aquello de que todo se pagaba con recursos públicos, por el contrario, los medios de comunicación tenían que hacer un esfuerzo para estar presentes en las coberturas de importancia, que no eran pocas y que muchas veces trascendían en el tiempo.

Otro factor para este arreglo era la logística, ya que habría sido imposible el cubrir la actividades sin formar parte de la fuente presidencial y más aún en encuentros como la Cumbre de Río, las citas  en Washington o las visitas de Estado.

En el avión presidencial, el TP1, que era en el que se hacían los viajes, se comía bien, pero lo mejor, sin duda, eran las tortas de milanesa. Si se podía elegir, se elegía eso.

La seguridad, por supuesto, se imponía, pero dentro de esquemas que permitían el trabajo periodístico y aún la cercanía con el presidente de la República.

La fuente presidencial era, además, una gran escuela, porque ahí se tenían que afinar muchas de las habilidades del buen periodismo: el rigor, la capacidad de ver, escuchar y encontrar.

No todo era miel sobre hojuelas, por supuesto, pero los diferendos y aún las disputas se arreglaban contrastando datos e información.

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