Abimael Guzmán, el maoísta del terror

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Abimael Guzmán, el maoísta del terror. El 17 de mayo de 1980 inició la peor escalada de terror en la historia de Perú y fue en Ayacucho. Duraría décadas.

Como suele ocurrir, casi nadie se dio cuenta, porque se trataba de un pequeño salpullido.

Cinco encapuchados irrumpieron en las oficinas donde se custodiaban las urnas en que se utilizarían en la elección presidencial del día siguiente.

Los perpetradores quemaron todo. Eran integrantes del Partido Comunista de Perú Sendero Luminoso.

Su jefe era un profesor de filosofía, Abimael Guzmán, quien estaba fascinado por el maoísmo y en particular por la purga social que se había desatado en China en los años sesenta. La revolución cultural.

Entre 1980 y el años 2000, Sendero Luminoso fue responsable de la muerte de 31 mil 331 personas, el 54 por ciento de los homicidios relacionados con el conflicto interno de acuerdo con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

Guzmán creía que una guerra prolongada lograría el cambio social en Perú y en ello estuvo empeñado, lo curioso, o inquietante, es que nunca contó con demasiados compañeros de viaje.

Abimael Guzmán, el maoísta del terror

Cuando inició sus primeros ataques no eran más de 15 y para 1992, en la cúspide del terror y poco antes de ser detenido, la militancia senderista era de no más de 3 mil personas.

Esto muestra cómo un puñado se fanáticos pueden establecer patrones de terror y descomponer la vida pública y más cuando se enfrentan a instituciones débiles y fracturadas.

Guzmán, que con el tiempo se hizo llamar presidente Gonzalo, estableció el culto a la personalidad en su organización, emulando a Stalin o al propio Mao.

Inclusive inventó una ruta del marxismo: “el pensamiento Gonzalo”.

Abimael Guzmán, las décadas del terror.

Su maldad era simple y letal. Había que destruir, generar contradicciones y provocar el caos.

Los objetivos eran diversos, pero en muchas ocasiones lo fueron los campesinos, que no entendían la urgencia de incendiar Perú para que amaneciera, en el hipotético futuro, una nueva alborada.

Escribió: “la guerra popular comenzará a barrer el viejo orden para destruirlo inevitablemente y de lo viejo nacerá lo nuevo, y al final como ave fénix, glorioso, nacerá el comunismo para siempre”.

Semejantes delirios no quedaron sólo en la mente de un chiflado y más bien aterrizaron en acciones violentas y sometieron a Perú a una zozobra permanente.

Murió el pasado 11 de septiembre en prisión, donde purgaba una condena de cadena perpetua.


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