Las encuestas no son votos

Ciudad de México.- En las últimas semanas se acentuó la “danza de los números” por parte de la industria de las encuestas electorales.   

Criticadas por unos y elevadas a rango de expresión de la voluntad popular por otros, se encuentran en el centro de la polémica por las distorsiones que en sí mismas contienen y por el desconcierto que se produce cada vez que se publican simulaciones electorales.

Los candidatos se muestran obsesionados sobre cómo votarían los ciudadanos en las elecciones, olvidando que esta es una pregunta que solamente se despeja al momento de emitir el sufragio.

Las encuestas electorales son una técnica válida de investigación social que permite conocer las opiniones y actitudes de una colectividad por medio de cuestionarios que se aplican a un reducido grupo de sus integrantes al que se denomina “muestra”.

Estas técnicas también se utilizan para crear confusión en el electorado y para manipular a la opinión pública. Muchos cuestionan la validez de estos datos porque se considera que la opinión de cientos de personas no permite saber con exactitud lo que opinan millones de electores.

Además, es importante no sólo el tamaño de la muestra sino la confiabilidad de los procedimientos y metodologías que se utilizan para medir las opiniones políticas de la sociedad.

Se sabe que la primera encuesta electoral se aplicó en los Estados Unidos en 1824 y desde entonces los sondeos son parte instrumental de la lucha política.

Las encuestas permiten la especialización de las campañas electorales que expresan una preocupación por los datos estadísticos y las tendencias de opinión pública.

No existe una teoría de la encuesta pero si un conjunto de cuestiones teóricas, epistemológicas y de procedimientos básicos que son necesarios en cualquier estudio sobre las tendencias políticas.

Se afirma que la mejor muestra sería fruto del azar más completo. Una muestra perfecta solamente se lograría si fuese posible un sorteo en el que todos los ciudadanos del país tuviesen exactamente las mismas posibilidades de ser entrevistados.

En la práctica, esta igualdad de posibilidades no existe. En la medida en que el azar total no funciona, los encuestadores toman una serie de medidas técnicas y hacen cuotas para que no sean entrevistados solamente los que tienen más posibilidades de ser encuestados.

De acuerdo con la coyuntura, unos dicen que “sus” encuestas ganan, otros que los datos publicados son falsos y finalmente, también se manifiestan quienes afirman que no creen en las encuestas.

La fuerza de estos instrumentos está en la cantidad y la calidad de la información que proporcionan a quienes elaboran las estrategias electorales, en virtud de que cualquier campaña política necesita conocer la opinión de los ciudadanos comunes sobre diversos temas.

La única forma de hacerlo es a través de la investigación científica y la herramienta privilegiada de este tipo de investigación es la encuesta electoral. Sin embargo, más allá de los errores de no observación, de procedimiento o de medida que afectan la calidad de las encuestas, la manipulación de sus resultados es persistente como se podrá observar mañana al calor del último debate presidencial, cuando aparecerán nuevamente sondeos de opinión sobre preferencias político-electorales que obligarán a cuestionar sobre su intencionalidad, alcances, autenticidad y precisión.

Correo: [email protected]

Twitter: @isidrohcisneros

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