Ayotzi, el lugar de los que esperan a los 43

Ciudad de México.- Los 43 normalistas desaparecidos la noche del 26 de septiembre no han pisado la Normal Rural de Ayotzinapa en un año pero están en todas partes: en los murales de las paredes, en un altar en la cancha de básquetbol, en la cafetería y en la memoria de cada uno de los alumnos.

Dentro de la escuela sus nombres y sus rostros no tienen una recompensa como en los carteles que difundió la Secretaría de Gobernación por todo Guerrero; están dibujados con colores y rodeados de tortugas.

En los jardines hay exposiciones de fotografía sobre los normalistas, la mayoría con imágenes de las protestas alrededor del mundo, que los alumnos utilizan como escenario de sus selfies.

La lucha dentro de los muros de la escuela Raúl Isidros Burgos, ubicada en Iguala, Guerrero, radica en seguirla habitando a pesar del ataque que sufrieron el año pasado los estudiantes de primer semestre.

“La prueba de que aquí seguiremos es que entraron los alumnos de primero”, dice Hermenegildo Ortega, tío de Mauricio Ortega Valerio, uno de “los que faltan”.

Según las listas de asistencia de la SEP,  entraron 100 alumnos este 2015, que el día de hoy rondan pelones –consecuencia de su semana de acondicionamiento- y acuden a las actividades –bloqueos de carretera o toma de camiones- como si no vivieran en el estado que ordenó atacar a sus estudiantes.

Los de segundo, que inevitablemente cargan con la etiqueta de “los sobrevivientes” le guardaron su lugar para dormir a los desaparecidos durante el resto del ciclo escolar pasado, a pesar de que los cuartos no miden más de nueve metros cuadrados. Ahora se han mudado de dormitorio, y han cambiado sus labores, algunos incluso imparten la materia de formación política e ideología.

Los muchachos que frente a la prensa levantan el puño izquierdo y claman justicia también grafitean el nombre de sus queridas y discuten sobre el talento de los cocineros y si les queda mejor el mole o la carne asada.

Han cedido su auditorio a la Asamblea de Padres, que celebra ahí sus reuniones, y perdieron los salones de arriba pues ahora funcionan como cuartos de hotel.

También han renunciado a la privacidad, pues prácticamente todas las semanas hay algún reportero nuevo, psicólogo voluntario y hasta grupos de rezo.

De ser una escuela invisible para el país pasó a tener los reflectores encima, pero ni todas las miradas al mismo tiempo han ayudado a encontrar a los muchachos de Tixtla, Malinaltepec, Chilapa o Ayutla.

«Están vivos», dice Eleucadio Ortega, padre de Mauricio. «Si no lo estuvieran yo ya lo hubiera sentido y aquí siento que están bien», insiste.

Durante el último año la Normal Rural, de sus paredes para afuera, se ha convertido en el ícono de la inconformidad de los mexicanos, en la bandera de las manifestaciones y el motivo del “despertar” de la sociedad. De sus paredes para dentro se ha vuelto el lugar de los que esperan y cada rincón está listo por si los normalistas aparecen.

“Cuando mi hijo regrese le voy a contar sobre la gente que se movió y sobre todo lo que hicimos para que aparecieran”, añade Emiliano Navarrete, padre de José Ángel.

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