En medio de un silencio cargado de dolor, fue enterrado hoy en el panteón civil de Dolores el cuerpo de Samuel Martínez, un joven migrante originario de Honduras que murió intentando cruzar México rumbo a Estados Unidos.
Tenía 24 años, una mochila rota, una libreta con teléfonos y el anhelo de ayudar a su madre enferma.
Su cuerpo fue hallado hace tres semanas en un terreno baldío de la alcaldía Venustiano Carranza, sin identificación oficial y con signos de deshidratación severa.
Tardaron días en identificarlo gracias a los esfuerzos de organizaciones civiles y una red de apoyo entre migrantes que compartieron su fotografía.
El caso de Samuel es uno entre miles, pero no por eso menos urgente. De acuerdo con datos de la Red de Documentación de las Defensoras de Derechos Humanos, en lo que va del año se han registrado más de 300 muertes de personas en tránsito por territorio mexicano.
La ceremonia fue breve. Un sacerdote, dos integrantes de una organización humanitaria, y una joven migrante que lo conoció en un albergue, estuvieron presentes. No hubo familia. No hubo ataúd lujoso. Sólo una cruz de madera, una manta que decía “Ningún ser humano es ilegal” y la promesa rota de un futuro mejor.
“Samuel no murió solo, murió invisible. Y eso es lo más grave”, dijo entre lágrimas Rosa Elena Gómez, voluntaria de la Casa Tochan. “Hoy lo enterramos, pero seguimos enterrando con él la dignidad de una política migratoria que criminaliza en lugar de proteger”.
Mientras el gobierno federal endurece el tránsito fronterizo, historias como la de Samuel se repiten. Lo mínimo, dicen quienes lo acompañaron en su último adiós, es recordarlo con nombre, rostro y memoria.
