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Lomas de Tepemécatl a las faldas del Ajusco: la depredación en el Bosque de Agua

PRIMERA PARTE
A Agustín le cuesta reconocer sus propias calles. Todo aquí en Lomas de Tepemécatl ha cambiado tanto y tan rápido que cada vez es más difícil identificar los senderos de lo que alguna vez fue un frondoso bosque ubicado a las faldas del volcán Xitle, hoy convertido en zona de tiraderos clandestinos, actividades ilícitas como la tala de árboles, el narcomenudeo y hasta trasiego de basura.

“Ya no conozco; todo esto lo recorría con mis abuelos cuando pastoreaba borregos, pero ahora todo se me hace desconocido y además ya me da miedo andar por aquí”, dice mientras caminamos por calles sin pavimentar, pero llenas de chelerías, tienditas que solo abren por las noches, bodegas donde se recicla PET, naves industriales y opulentas casas de altos muros, enormes zaguanes, cámaras de seguridad y cercas electrificadas.

Nada de eso debería estar aquí, porque este es suelo de conservación ecológica, con vocación forestal y agrícola, pero de ello solo queda la denominación pues predomina un enorme desastre ambiental visible incluso desde la Carretera Picacho-Ajusco.

En Lomas de Tepemécatl la muerte del bosque se ha normalizado y hoy este asentamiento irregular es la conjunción de todos los problemas que han llevado a la depredación del Ajusco.

Así lo ve Agustín, originario del pueblo de San Miguel Ajusco, quien a sus 50 años solo espera que cuando este bosque desaparezca por completo él tampoco exista para atestiguarlo.

Dice que la muerte de su tierra es un dolor equiparable al de la pérdida de su madre.

“La tierra es madre de mi madre y de todos mis ancestros y cuando ya no haya ‘tlalinantli’ (madre tierra) ya no habrá nada”, explica Agustín mientras suspira y sus ojos se humedecen, al tiempo que caminamos desde la carretera Picacho-Ajusco hacia el Xitle.

¿BOSQUE DE AGUA?

Ajusco es una palabra proveniente del náhuatl y aunque no hay un consenso sobre su traducción exacta al español, significaría “lugar donde brota el agua”.

Dicho así pareciera una irónica contradicción que el Ajusco, con toda la devastación ecológica existente, se localice en lo que la jefa de Gobierno Clara Brugada llama el Bosque de Agua y tanto presuma defender.

Desde el inicio de su gobierno la mandataria habló tajante de una prohibición total a las invasiones y al crecimiento de la mancha urbana en suelo de conservación.

Sus intenciones parecen llegar demasiado tarde a Lomas de Tepemécatl, pues anteriores gobiernos no hicieron nada por protegerlo y esa omisión ha causado un daño irreparable en este valle ubicado a los pies de la montaña del Ajusco.

Cuando le pedimos a Agustín señalar a las autoridades responsables de este desastre ambiental no tiene empacho en mencionar a quienes han estado al frente de la delegación Tlalpan, hoy alcaldía. Todos han sido gobiernos de izquierda.

Esto, dice, empezó hace casi 15 años con el gobierno de Maricela Contreras Julián; le siguieron el de Claudia Sheinbaum (hoy presidenta de México), el de Patricia Aceves Pastrana y luego el de Alfa González. No cree que el actual gobierno de Gabriela Osorio lo vaya a cambiar.

Otras autoridades de las cuales se tiene hasta documentada su omisión son el Instituto de Verificación Administrativa (Invea) y la Comisión de Recursos Naturales (Corenadr) del gobierno capitalino.

En 2022 la Procuraduría Ambiental y de Ordenamiento Territorial (PAOT) pidió a la alcaldía Tlalpan la colocación de sellos de suspensión de actividades en dos bodegas dedicadas al reciclaje de PET, ambas localizadas en las calles de Tochtli, Coyotl y Tonatzin.

Derivado de la intervención de la autoridad se colocaron sellos de clausura con el expediente PAOT 2021-2394-SOT 521 y de suspensión de actividades con el expediente PAOT 2021-2394-SOT-5211306.

Las autoridades actuaron a partir de denuncias ciudadanas anónimas, como una recibida en la oficialía de partes de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) el 7 de diciembre de 2021, donde se acusó el derribo de más de cien árboles de pino y oyamel para la construcción de ambas naves industriales.

En el recorrido con Agustín  constatamos que en el predio de la calle Tonatzin opera sin restricciones una planta de manejo de residuos propiedad de la empresa Grupo Barrera INNPLAREC, con todo y los sellos de clausura pegados en la puerta de entrada.

Dentro de esa nave industrial la operación se realiza las 24 horas del día, los siete días de la semana, nos relata Agustín.

Las denuncias han llegado a la PAOT, al Invea y a la Corenadr para acusar la continua operación ilegal de esa planta en el suelo de conservación, así como la violación a los sellos de clausura.

El Invea respondió que el asunto no es su atribución y por ello la petición debía hacerse ante la Comisión de Recursos Naturales, pero esa última instancia contestó que Grupo Barrera INNPLAREC tiene una investigación administrativa en proceso, sin indicar cuándo se resolvería.

La PAOT no regresó a verificar el respeto a los sellos de clausura.

DESOLACIÓN Y CRIMEN

Sobre la carretera Picacho-Ajusco hay una zona muy conocida por  lugareños y visitantes, llamada la “Y”.

Ahí existe un acantonamiento de la Guardia Nacional que se alza como mudo e inútil testigo de la desaparición de esta enorme área de valor ambiental.

Desde este punto en el kilómetro 17 de la Picacho-Ajusco se alcanza a distinguir un amplio llano donde antes había milpa, pero hoy se ha convertido en un gran patio de pernocta de tráileres. Ahí, junto a las decenas de cajas de esos camiones, hay campos de futbol que se suman a la erosión del suelo.

Más hacia adentro, si se avanza por una intrincada calle de terracería llamada Tototontli, se llega a un paraje convertido en un tiradero de cascajo, aserrín de la tala clandestina y autos desvalijados.

Agustín sospecha que ahí podrían haber hasta restos humanos.

“El lugar se presta para que esto sea una fosa clandestina”, dice Agustín y sus temores no son infundados.

El pasado 21 de enero la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad confirmó que en el Ajusco halló restos óseos correspondientes a la joven de 21 años Jael Montserrat Uribe Palmeros, buscada desde hace cuatro años por su madre Jaqueline Palmeros y por el colectivo Una Luz en el Camino.

Todo en torno al paraje por donde transitamos con Agustín es desolación. Ni la cumbre del Ajusco que desde aquí se aprecia dominante le quita a este lugar su sordidez y esa sensación de abandono, acentuada por los montones de basura.

Los pocos árboles en pie parecen tener su destino marcado por una mancha urbana que avanza impune, con albañiles que aquí y allá colocan a diario los cimientos de nuevas casas.

Hay terrenos ya fraccionados en lotes, listos para su venta, con anuncios en lámina donde aparecen los nombres de los comuneros de Santo Tomás Ajusco propietarios de esos predios.

Mientras circulamos precavidos por la calle de Tototontli, tres sujetos instalan un nuevo poste de luz. 

Ellos no son trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), pero forman parte de ese esquema ilegal que lleva servicios como energía eléctrica a este asentamiento irregular.

Por aquí y por calles como Tonatzin solían pasar los turistas aficionados al  senderismo rumbo a la cima del Xitle, pero se ha vuelto tan inseguro todo en esta colonia que los únicos dispuestos a transitar por Lomas de Tepemécatl son sus habitantes.

“Aquí cada fin de semana hay balaceras y si usted oyera; se sueltan tirando al aire por la parte alta de la calle de San Blas y yo creo  lo hacen para dejar en claro que están aquí, que esta tierra ya es de ellos”, dice Agustín.

Le preguntamos a quién se refiere y sin dudarlo habla del narcomenudeo que, como muchas otras actividades, opera impune en esta zona.

Nada más comienza a atardecer y abren sus cortinas las chelerías y tiendas de estantes vacíos a donde llegan sujetos en motocicletas, autos y hasta camionetas de lujo. Compran “algo” y de inmediato se van.

Entre los comuneros, dice Agustín, es un secreto a voces la existencia de células de la Familia Michoacana y el Cártel de Sinaloa, quienes utilizan la carretera Picacho-Ajusco para el trasiego de droga hacia y desde el Estado de México, así como para inmiscuirse en la tala de árboles tanto en el Ajusco como en el municipio mexiquense de Jalatlaco.

Ni la presencia del Ejército Mexicano o de la Guardia Nacional ha detenido esa actividad.

COMO LOS ÁRBOLES 

Agustín se ha convertido en un ermitaño. Casi no sale de casa y solo lo hace para lo indispensable,  como comprar despensa.

Teme por su vida, pues es la única persona de por aquí con arrojo para denunciar lo que ocurre en su entorno. Es el reducto de una lucha y ejemplo de resistencia por lo que queda de suelo de conservación en esta zona del sur de la Ciudad de México.

Sujetos extraños en camionetas carísimas han venido a intentar rentar su vivienda o presionarlo para vender. Él se ha negado.

A pesar del enorme riesgo, habla con convicción de los derechos de él y de su familia por este suelo, muy a pesar de que los comuneros se convirtieron en parte del problema al vender la tierra y propiciar la expansión de la mancha urbana.

“Nosotros tenemos derechos y los exigimos porque somos como los árboles, con raíces en este lugar”, enfatiza.

Agustín y sus hermanos son hijos de  comuneros originarios, y eso es motivación suficiente para señalar lo ilegal, con todo y que la esperanza se pierde y la confianza en las autoridades se diluye.

A la anarquía prevaleciente se suma el desinterés de los vecinos por denunciar y ejemplo de ellos son las pocas carpetas de investigación iniciadas recientemente por delitos ambientales. 

De acuerdo con una solicitud de información pública localizada en la Plataforma Nacional de Transparencia, entre enero de 2012 y marzo de 2022 se presentaron 766 denuncias por delitos ambientales registrados en todos los pueblos ubicados en el suelo de conservación de Tlalpan.

De esas denuncias, 148 correspondieron a delitos ambientales cometidos en los pueblos de San Miguel y Santo Tomás Ajusco.

Pero la cifra se reduce a una mínima expresión si se revisa el periodo que va de marzo de 2021 a marzo de 2022, pues en ese lapso solo se presentaron seis denuncias por delitos ambientales cometidos en ambos pueblos del Ajusco

Alberto Cuenca
Alberto Cuencahttp://cuenquita
Soy reportero del diario y semanario digital Capital CDMX. He sido reportero en El Universal y realizó la videocolumna La Antípoda Oscura en Ruido en la Red.

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