La experiencia de los gobiernos socialdemócratas en Europa occidental a finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX fue el producto de un proyecto político que pretendía dar respuesta a situaciones de crisis económica y social, en la que sindicatos y partidos de izquierda sumaron fuerzas para tratar de superarlas con diferentes resultados.
La evolución histórica del proyecto socialdemócrata identifica, además, el sendero teórico, político e ideológico que fatigosamente ha conducido a la configuración de “nuevos caminos” que buscan ser alternativos, tanto al capitalismo neoliberal como a los populismos de izquierda.
Una ruta accidentada y no lineal que ha buscado ser liberal y laborista, ciudadana y democrática, laica y tolerante, pero sobre todo, reformista.
En efecto, la característica más relevante del modelo socialdemócrata es la estrategia de cambio social, económico y político de tipo gradual y pacífico.
El reformismo se presenta como un camino a mitad entre dos concepciones del mundo que son antitéticas y, en muchos aspectos, contradictorias: la capitalista y la comunista.
Por ello, no es de extrañar que el debate ideológico dentro del socialismo respecto del programa socialdemocrata tenga una doble perspectiva: de un lado, cuando se cuestiona el grado de oposición a las “instituciones políticas burguesas” así como de su participación en ellas, y del otro, cuando los dirigentes socialistas se preguntan en qué medida “el capitalismo es domesticable”.
Los guardianes de las esencias consideran que el Parlamento es una trampa de la burguesía y por ello demandan una estrategia política al margen de las instituciones representativas.
En cambio, los reformistas consideran que en el momento en el que el sufragio se extienda a todas las capas de la sociedad, el voto podrá ser un instrumento idóneo para cambiar la realidad.
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