La navidad y el imperio. La mañana del 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov anunció que sus funciones como presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) había concluido.
Antes de entregar el poder a Boris Yeltsin, Gorbachov lamentó que el nuevo socialismo, más científico y humano, no hubiera tendido tiempo de consolidarse.
En los noticieros de la televisión se anunciaba una nueva alborada de esperanza.
Era apenas un gesto, una concesión después de años de censura y control.
Treinta años después, las cuentas son inciertas. Se suele idealizar el pasado.
Aunque en el caso Soviético es complejo hacerlo ante el cúmulo de injusticias que marcaron ese periodo.
En esa época, las libertades dejaron de existir y la promesa de mejora social nunca llegó a concretarse.
Pero no nos engañemos, lo que siguió después no ha sido mejor y muchos de los reflejos de la URSS se mantienen, sobre todo los que alimentan la idea del imperio perdido, de Rusia como guía del futuro.
La navidad y el imperio
La historia suele detenerse en ciertos momentos. Esa noche, a las 19 horas con 32 minutos en Moscú, la bandera roja de la hoz y el martillo sería retirada de la fachada del Kremlin.
Casi cuatro horas después, a las 23.40, se izaría el distintivo tricolor (blanco, azul y rojo) de la época pre revolucionaria ondearía de nueva cuanta.
Un guiño a los zares, aunque nunca se fueron y por un tiempo se les llamó “secretario general” del poderoso Partido Comunista de la Unión Soviética.
Setenta años de historia se derrumbaban y con ellos una alta cuota de ilusiones, frustraciones y miedo a lo largo de todo el mundo.
El socialismo real no resistió la prueba de la realidad.
Para la izquierda fue como recibir un balde de agua fría, porque, entre otras cosas, las previsiones leninistas sobre la inevitabilidad del socialismo habían estallado por los aires.
Vladimir Putin ha dicho que aquello significó “la más grande catástrofe geopolítica del siglo XX”.
Para tener una idea de la dimisión de lo ocurrido, hay que recordar que la URSS tuvo un papel central en el triunfo contra los nazis y definió la vida de varias generaciones e inclusive el reparto del mundo con los otros vencedores de la Segunda Guerra.
Al dejar de existir la URSS lo hizo también un referente de la propia política.
La cortina de hierro era algo más que una línea imaginaria entre las democracias occidentales y los países socialistas, tenía un significado en la propia configuración de partidos y gobiernos a miles de kilómetros de Moscú.
Tres décadas y pareciera que aquello se difuminó en el aíre, en las vidas rotas, pero también en la triste certeza de que la historia no termina y que su evolución, a trompicones, no deja de darnos lecciones.
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