Parafraseando a Karl Marx se puede afirmar que el fantasma de la democracia iliberal recorre el mundo.
Se trata de un tipo de régimen político que es formalmente democrático, pero que en los hechos promueve derivas autoritarias.
La democracia, que era el símbolo del gobierno más libre e igualitario de la historia, ahora se acompaña de la negación de una herencia cultural y política que se creía definitivamente adquirida después de dos siglos de luchas ininterrumpidas en defensa de las libertades fundamentales.
La democracia iliberal se sustenta en una filosofía política militante que es cultivada por ideólogos y líderes que comparten un denominador común representado por su animadversión hacia las democracias liberales.
Es posible identificar dos características destacadas de las democracias iliberales: por un lado, que en estos sistemas los gobernantes frecuentemente eluden los límites constitucionales de su poder y, por el otro, que ignoran a las minorías y a las oposiciones legítimas, ambas necesarias para el pluralismo.
Después del colapso de la Unión Soviética y del sueño socialista en 1989, tal y como se había conocido después de la Segunda Guerra Mundial, surgió un mundo unipolar donde los Estados Unidos se colocaron como la única superpotencia.
En este contexto, la democracia se convirtió en un régimen hegemónico al grado de monopolizar incluso el sistema de ideas que caracterizan su versión liberal.
Sin embargo, hoy la democracia iliberal asume una dimensión normativa absolutamente diferente que se refiere a una versión de la política y a una visión de la sociedad que son cercanas al populismo.
El antiliberalismo de nuestro tiempo, unido a la instrumentalización de la retórica democrática, explica las tendencias emergentes que se caracterizan por un rechazo de los “grandes mitos” del globalismo de la democracia liberal contemporánea, representados por el multiculturalismo, las teorías de la diversidad sexual, el poder de los jueces y el patriarcado.
La democracia iliberal tiene fundamentos intelectuales y filosóficos, antiguos y modernos, que le dan sustancia con autores como Jacob Talmon en su obra “Los Orígenes de la Democracia Totalitaria” o Fareed Zakaria en “El Futuro de la Libertad”, ideas que también desarrollan otros pensadores.
De estas raíces, algunas se refieren al desarrollo acelerado de los procedimientos electorales que no se acompañan de una adecuada evolución de las instituciones y de los mecanismos del Estado liberal representativo, mientras que otras se relacionan con los regímenes políticos que en plena transición democrática van gradualmente afirmando el principio de que la igualdad debería tener prioridad sobre el respeto de las libertades individuales que antiguamente garantizaba el constitucionalismo liberal.
La democracia iliberal –que también se desarrolla en México- se despliega en contra de los valores clásicos del liberalismo político.