México tiene a su primera mujer presidenta después de siglos de gobiernos masculinos.
Para dar este gran paso civilizatorio fue necesario que los diferentes procesos políticos de nuestro país confluyeran en el reconocimiento del pleno derecho que tienen las mujeres para gobernar en las sociedades complejas de nuestro tiempo. No fue un trayecto fácil ni estuvo exento de retrocesos.
No obstante, a partir de 1953 cuando se reconoció el derecho al sufragio femenino en México se abrió el camino para llegar al punto en el que hoy nos encontramos.
El gobierno que encabeza Claudia Sheinbaum representa un profundo cambio de paradigmas.
Ahora la sociedad espera que la nueva presidenta impulse una democratización incluyente de nuestro país.
Su trabajo no será fácil porque deberá alejarse de los estereotipos culturales y de los prejuicios políticos que han prevalecido a lo largo de nuestra historia.
La noción “democracia paritaria” se encuentra presente en el debate político internacional y se le considera un signo de los nuevos tiempos.
En el largo período, su objetivo ha sido promover una representación paritaria de los sexos en los diferentes órganos de gobierno, las asambleas legislativas y en el sistema de administración y procuración de justicia.
Bajo el principio de que la humanidad está compuesta por mujeres y hombres, y de que es en el nombre de la democracia misma -y no solamente en el interés de las mujeres- que surge la exigencia de que tanto las instituciones como la sociedad, sean también integradas por mujeres y hombres en igualdad plena en todos los ámbitos.
La sociedad exigió la presencia paritaria de las mujeres en el poder político para producir una representación equilibrada en los procesos de toma de decisiones.
Este es un reclamo de justicia evidente por sí mismo respecto a la cual no resulta necesario ofrecer justificaciones posteriores.
La moderna idea de la “ciudadanía dual” que se fundamenta justamente en el dualismo femenino-masculino, subraya la especificidad de la diferencia de género respecto a todas las otras e innumerables diferencias existentes en el cuerpo social de tipo étnico, religioso, político, ideológico e incluso, diferencias generacionales o de orientación sexual entre muchas otras, evitando que cada una de ellas pueda reivindicar derechos de representación de grupo, lo que conllevaría, en definitiva, a la destrucción de la idea misma de la representación.
No es casualidad que el concepto de democracia paritaria como necesario principio de la igualdad política, se haya originado en Francia, el país quizá más sensible por raíces históricas y culturales, al carácter universal y no solamente específico o particular de la ciudadanía, así como a la exigencia de una unidad política del pueblo y de la nación.
Claudia Sheinbaum y la democracia paritaria
Los principios constitucionales se oponen a cualquier subdivisión en categorías de los electores o de los candidatos, dado que el pueblo está constituido por todos los ciudadanos sin distinción alguna.
A través de de la noción de democracia dual se reafirma el carácter universal de la ciudadanía que no puede prescindir de la división originaria entre mujeres y hombres del género humano.
Se trata de pasar del universalismo abstracto al universalismo concreto, principalmente a través de la superación del modelo del individuo abstracto, que históricamente terminó por identificar la neutralidad con lo masculino.
El reclamo de la paridad total rechaza la idea de cuotas de género justo porque las mujeres no son ni una categoría, ni un grupo minoritario. Además, porque las diferencias de género atraviesan transversalmente todas las otras diferenciaciones sociales.
Las mujeres ahora influyen lo mismo en la vida familiar que en la vida política y social.
Nos encontramos en una época donde las mujeres tendrán una nueva dignidad, igualdad y libertad. El poder paritario debe promover nuevas emancipaciones.
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