Hace 19 años el filósofo del derecho e historiador de las instituciones y las doctrinas políticas, Norberto Bobbio (1909-2004), nos abandonaba y así se cerraba el ciclo de una generación de pensadores clásicos sobre el sistema democrático.
Autor prolífico en diferentes campos del saber, su obra puede ser considerada un espejo intelectual bastante representativo de todo el siglo XX.
El pensador turinés se distinguió por el rigor de sus investigaciones y por su apertura a los nuevos horizontes culturales e ideológicos.
Su vocación de profesor lo llevó primero a las universidades de Camerino, Siena y Padua, y posteriormente, a la de Turín donde fue nombrado profesor emérito de filosofía política.
Gran parte de su formación académica aconteció justamente durante el periodo más trágico del también llamado “siglo de los extremos”, con sus pasiones, errores, violencias e ilusiones.
Su lúcida toma de posición sobre una amplia gama de temas relacionados con los desafíos y dilemas que enfrenta el orden democrático, hicieron del profesor Bobbio la conciencia civil de la República Italiana.
Sus escritos fueron objeto de amplios debates, controversias y análisis críticos porque no fue un intelectual que se monta en su “Torre de Marfil” para contemplar el mundo que lo circunda, sino que más bien fue un impulsor del pensamiento crítico y transformador.
Bobbio y su legado
Su compromiso ciudadano fue más allá de sus contribuciones científicas y gran parte de su fama deriva de su intensa presencia en el debate cultural y de las ideas, pero también en el debate político.
En este sentido, fue un impulsor del movimiento liberal-socialista junto con otros importantes intelectuales de la época como Piero Gobetti, Carlo Roselli, Aldo Capitini y Guido Calogero.
Un proyecto político aún vigente, que busca inyectar en el proyecto socialista los anticuerpos liberales que se traducen en desconfianza hacia las fórmulas del colectivismo estatalista, proponiendo soluciones que exaltan la autonomía individual, la cooperación social y el pluralismo político.
Para este movimiento el fascismo representaba el enemigo total con el cual era imposible llegar a compromiso alguno y que debía ser derrotado por medio de una revolución democrática, reformista y participativa.
Son célebres sus reflexiones sobre el rol de los intelectuales en la democracia cuando afirma que su misión es exaltar los derechos de la duda frente a las pretensiones del dogmatismo, los deberes de la crítica contra las seducciones del poder político, el desarrollo de la razón frente al imperio de la fe ciega, siempre en búsqueda de la verdad científica y contra los engaños de la propaganda.
Permanentemente expresaba su desconfianza respecto a la política sobre-ideologizada que divide el universo político en partes que se excluyen mutuamente, de la misma forma que defendió el gobierno de las leyes contra el gobierno de las personas.
La antipolítica
Su obra constituye un elogio de la democracia en su función educativa respecto a un pueblo largamente sometido y representa, contemporáneamente, la expresión de una política laica contra los dogmatismos de cualquier tipo.
Su producción intelectual más significativa coincide con el periodo de la guerra civil europea que va de la llegada del nazismo y del fascismo al poder, al establecimiento de un nuevo orden democrático.
El mayor intelectual de la segunda mitad del siglo XX fue también el intérprete y el crítico más importante de los retrocesos políticos en Europa.
De esta manera, identificó los problemas que afectan a nuestras sociedades y que continúan siendo representativos del poder invisible, de la antipolítica y el populismo, de las crecientes violaciones a los derechos humanos, de la amenaza persistente de la guerra nuclear y de las crecientes intolerancias, discriminaciones y exclusiones que aún son tareas pendientes de la democracia.
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