Salinas es la obsesión de AMLO. En su burdo intento por descalificar a la oposición, por negarse a aprobar un periodo extraordinario para sacar adelante la ley de revocación de mandato, el Presidente llegó al terreno de lo absurdo.
Llamó a los opositores salinistas, una corriente de pensamiento que imperó en México hace más de 30 años.
Pero cuya obsesión por descalificarla parece más una inspiración y un anhelo del tabasqueño atorado en tres crisis que sólo están superadas en el discurso presidencial: la económica, la de salud y la de seguridad.
Por más que el discurso presidencial diga que “vamos muy bien”, la realidad para el resto de los mexicanos es muy distinta.
La vida en el gobierno de López Obrador, si no se pierde, cuesta mucho mantenerla.
López Obrador, en su desesperación, culpó a Carlos Salinas de que la oposición le haya negado un periodo extraordinario para cumplir uno más de sus caprichos.
Los dardos del enojo presidencial fueron dirigidos a la panista Josefina Vázquez Mota y al priista Miguel Ángel Osorio Chong, personajes sin liga alguna con Salinas de Gortari, pero en quienes cayó el berrinche de López Obrador.
El Presidente no alcanza a entender que la oposición existe y que no está para atender sus deseos, como sí lo hacen los diputados y senadores de Morena, quienes no le mueven ni una coma a sus iniciativas.
Salinas es la obsesión de AMLO
López Obrador quiere tener sometidos a todos y si alguien no atiende sus caprichos es víctima de sus descalificaciones desde la conferencia matutina.
La pluralidad no es algo que le guste al tabasqueño.
Un periodo extraordinario fue sólo un berrinche.
En ocho días inicia la nueva Legislatura y ahí podrán aprobar, sin ningún problema, la ley de revocación de mandato.
Pero el Presidente quiso medir su fuerza frente a sus opositores y perdió.
Ahora recurre, como lo hace todos los días, a la descalificación y recurre a uno de sus némesis para “castigar” a legisladores de oposición por no hacer lo que él desea.
Salinas de Gortari, desde algún lugar lejano, debe haber soltado la carcajada por el poder que le confiere el inquilino de Palacio Nacional.