Honrar el 2 de octubre con una democracia participativa

Ciudad de México.- Este 2 de octubre de 2018 se cumplieron 50 años de la matanza de Tlatelolco y aún muchas heridas no sanan.

 

Las de las familias que perdieron a sus hijos de la forma más atroz, las de los sobrevivientes que vieron correr ríos de sangre joven y, en especial, la de toda una sociedad que fue víctima de un silencio paralizador.

 

Aquel día un helicóptero sobrevolaba la Plaza de las Tres Culturas. Al caer una luz de bengala el ejército rodeó la plancha de Tlatelolco mientras el batallón Olimpia ocupaba el edificio Chihuahua.

 

Una mano enguantada hizo el primer disparo.

 

Así comenzó la balacera cruzada entre los hombres de guante blanco y el ejército. Estudiantes y habitantes corrían tratando de resguardarse.

 

Cuerpos inertes, otros heridos, zapatos, ropa, sangre regada en esa plaza y como faro solidario personas tratando de proteger a quien se encontraba a su lado.

 

En medio de todo ello, la bandera por la que se luchaba era la democracia.

 

Esta lucha marco a muchos. Diez años antes figuraban los maestros encabezados por Othón Salazar, asimismo los ferrocarrileros con Demetrio Vallejo. El movimiento de los médicos y el de Rubén Jaramillo en el campo. Obreros y educadores, profesionistas y campesinos que propugnaban por condiciones más democráticas.

 

Sin embargo, ese trayecto por el que luchaban fue recibido en el verano del 68 con la expresión del autoritarismo, aquel que comenzó a exhibirse a través del bazucaso en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso.

 

La población pensó que ese acto excesivo correspondía con el final de una mera disputa entre preparatorianos.

 

Lejos se estaba de saber que a ese golpe seguiría la toma del Casco de Santo Tomás donde estudiantes abrazaban sus ideales.

 

Unidos las y los estudiantes fueron mejores y más fuertes.

 

La policía contaba con las armas, pero quizá carecía de la convicción sobre el papel que les tocaba jugar, entonces, la fuerza pública no logró entrar a tal recinto estudiantil.

 

Los granaderos portaban escudos y toletes, pero tuvieron que replegarse. Los jóvenes momentáneamente tomaron aquello como un triunfo al que seguiría el dialogo. Sin embargo, ello fue quebrado con la entrada a todo fuego del ejército.

 

En cada salón había una defensa, pero en cada aula, también los cadáveres se iban sumando. El ejército había ingresado.

 

Las ambulancias se escucharon y con ello una esperanza se abría. Pero sólo era la ilusión de quienes, sin malicia, ignoraban que esos vehículos llegaban para transportar a los estudiantes al Campo Militar número 1. Para entregarlos a la tortura, incluso a la desaparición.

 

Me pregunto ¿cuántos de nosotros, compañeras y compañeros Diputados podemos imaginarnos una fila de tanques desde la avenida de los Insurgentes hasta la Ciudad Universitaria?

 

¿Cuántos de nosotros podemos imaginar camiones llenos de soldados que bajaban bayoneta en mano para apresar a estudiantes, maestros, trabajadores, sin más culpa que la búsqueda de la democracia?

 

Imaginar que en la explanada de Ciudad Universitaria se gestaba el intento de escapar tan sólo para salvar la vida.

 

Conmemorar todo ello nos permite evocar como en las mañanas de aquel año sucedían asambleas abiertas, donde los estudiantes de diferentes expresiones ideológicas y políticas deliberaban, tanto, sobre los objetivos estratégicos del movimiento, como acerca de las acciones por realizar en las tardes.

 

Donde los representantes de cada escuela partían luego al Consejo Nacional de Huelga llevando el mandato de sus compañeros. Un mandato de ejemplo democrático significativo porque derivaba de decisiones de conjunto y con un objetivo común: el movimiento estudiantil.

 

Incansablemente, las sesiones del Consejo General de Huelga terminaban entradas las madrugadas y eran los mismos representantes quienes se encargaban de llevar los acuerdos a sus asambleas respectivas.

 

El ejercicio ejemplar mostraba que las decisiones podían emerger por mayoría, pero al igual, construyendo consensos, haciendo política y argumentando.

 

En un ritmo donde, culminadas las asambleas de cada escuela, se proseguía con la labor informativa hacia toda la sociedad.

Por medio de brigadas en esta ciudad para informar a todos, en los camiones, en las calles, en los mercados, como en centros de trabajo.

 

Centenares de miles de mexicanos unidos, trascendieron en las tres marchas del movimiento que incluso llenaron el zócalo de la capital de este país.

 

La última de esas marchas, la marcha del silencio con miles de mujeres y hombres caminando en mutismo, entrelazados de brazos, con la cara erguida, los ojos inundados y con la conciencia anegada de esa extraña mezcla de decisión y rabia, de fuerza e impotencia, de esperanza y dolor.

 

Mexicanos que marchando diez pasos se detenían para hacer unos segundos de memoria. En cada una de esas pausas, las personas que llenaban las aceras desde el Museo de Antropología hasta el zócalo aplaudían, con el alma entregada y dolida.

 

Se trataba del duelo de una nación por sus hijos. Del duelo de una nación por lograr la democracia.

 

Cientos de miles de mexicanos que con su silencio gritaban: ¡Basta! De autoritarismo. ¡Basta! de represión. ¡Basta! de muerte por la búsqueda de libertades políticas.

 

50 años después, seguimos sin comprender la incapacidad de la autoridad para dialogar públicamente con los estudiantes y demás ciudadanos quienes únicamente pretendían construir un mejor camino.

 

Se sigue sin entender la brutal respuesta: la masacre atroz de Tlatelolco.

 

El movimiento estudiantil de 1968 fue el punto de inflexión que marcó el inicio de la larga construcción de la democracia liberal representativa, basada en un sistema competitivo de partidos que aún se conserva.

 

A pesar de vivir en esta democracia, aún seguimos en deuda con aquellos mexicanas y mexicanos que, en ese año inolvidable, nos mostraron otro camino, uno complementario trazado por el sistema electoral, la ruta de la democracia deliberativa y participativa, misma que las autoridades de la Ciudad de México estamos obligados a continuar y a luchar por robustecer.

 

En el Primer Congreso de la Ciudad de México los recordamos y los honramos

 

Hoy a todos los familiares de quienes sufrieron tal atrocidad y, especialmente, a quien en este recinto nos es muy cercano, les decimos: seguimos con ustedes.

 

Sentimos hoy tanto como ustedes el 2 de octubre de 68.

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