Ciudad de México.- Una jugada maestra fue la que le aplicó el PRI al PRD con la reforma política del DF, o mejor dicho, se la aplicó.
Si el acuerdo fue que la reforma se aprobara en el Senado, los priistas cumplieron y nada se les puede regatear, pero de ahí a que pasara la aduana de la Cámara de Diputados con el consecuente visto bueno del dueño de San Lázaro, Manlio Fabio Beltrones, eso es otra cosa.
El miércoles 29 de abril la clase política capitalina festejaba y la prensa escrita consignaba en sus notas de ocho columnas que después de 15 años se concretaba la reforma del régimen político para la ciudad. En las redes sociales abundaban los comentarios sobre el gentilicio que nos correspondería ahora que dejáramos de ser Distrito Federal.
Pero la algarabía duró poco, menos de un día, porque cuando la minuta de reforma constitucional salió del Senado y llegó a la Cámara de Diputados quedó al descubierto la estrategia: la reforma política para el Distrito Federal no pasaría durante el periodo ordinario de sesiones que concluyó el 30 de abril.
Y muy lamentable resulta decir que esta reforma no pasará, su futuro es el mismo que el de su pasado, se mantendrá congelada, en el archivo del que será desempolvada de vez en cuando. Se le sacará cuando sea necesario, en los días en que a la clase política nacional le haga falta algún discurso de falsa democracia y de búsqueda de acuerdos.
Escucharemos las mismas frases que sobre el tema se pronunciaron cuando gobernaban Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard. Se regateará el tema y se pondrán pretextos, igual que antes.
El PRI no quiere la reforma política del Distrito Federal, nunca lo ha querido, porque no le conviene. No le permitirá al PRD colgarse esa medalla, ni siquiera a Miguel Angel Mancera, con todo y la cercanía que presume el jefe de Gobierno con el presidente, Enrique Peña Nieto.
El PAN, con voto dividido en este tema, vería viable esa reforma si la ciudad estuviera gobernada por ellos. Es un cálculo político para los panistas, igual que para el dueño de Morena, Andrés Manuel López Obrador.
Todos lo ven como un asunto de conveniencia, porque esta reforma no es para los ciudadanos, es para repartirse el poder político de la capital del país y, de aprobarse ahora, el ganón sería el perredismo y su mandatario local.
En los cuatro meses de vida que le quedan a la LXII Legislatura ninguno de los líderes parlamentarios habla de un periodo extraordinario para votar la minuta, por lo tanto el tema tendría que abordarse a partir de septiembre, con nuevos diputados federales y otros liderazgos en los grupos parlamentarios de la que será la LXIII Legislatura.
En las manos de personajes como César Camacho Quiroz, Gustavo Madero y Jesús Zambrano –perfilados para ser líderes de sus respectivos rebaños–, quedará la responsabilidad de sacar esta reforma, pero la agenda de ellos ya está predeterminada, con fechas, amarres y aspiraciones hacia el 2018.
Además, a la reforma política del DF aún le falta mucho camino legislativo por recorrer, porque todavía debe llegar a comisiones de la Cámara de Diputados, donde se analizará –como si el tema no estuviera ya sobrediagnosticado–, discutirse en el pleno y de ahí pasar el filtro de 16 congresos estatales, por tratarse de una modificación constitucional.
Lo anterior será posible sólo si los diputados federales la aprueban sin algún cambio de como les llegó del Senado, porque tan sólo con modificar una palabra, la minuta deberá regresar a la Cámara Alta y será un juego de nunca acabar.
Pero todo este escenario lo planearon y concretaron los senadores del PRI cuando «aprobaron» la reforma política del DF el pasado 28 de abril, muy de adrede en las postrimerías del periodo de sesiones; lo sabía Peña Nieto cuando vía Twitter «felicitó» al Senado por avalar el dictamen, y lo sabía Manlio Fabio Beltrones, quien tenía listo el pretexto, al momento en que le llegara la minuta.
Así que, el negrito en el arroz fue la chamaqueda que el priismo le aplicó al PRD y a Miguel Angel Mancera, pues de forma maquiavélica les concedió una parcial aprobación de esa reforma. Queda claro que los perredistas no leyeron las letras chiquitas.
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