Los toros y los correctos

Mi amigo

Los toros y los correctos. Los tiempos que corren no son buenos para la fiesta brava.

Cada vez hay más intentos por prohibir las corridas, bajo el argumento de que se trata de un espectáculo que tiene como eje el sufrimiento de un animal.

Ahora mismo, en el Congreso de la Ciudad de México se discute una iniciativa con ese propósito, que ya se aprobó en la comisión respectiva.

Aunque no es seguro que encuentre el respaldo de la mayoría de los diputados locales.

Los argumentos son burdos y encuentra asidero en las corrientes animalistas que, además, se eslabonan con grupos que buscan otro tipo de prohibiciones.

Ignoro cuál puede ser la ruta certera para proteger a una tradición de siglos, que tiene un arraigo innegable en nuestro país, pero que es una costumbre minoritaria.

Es común que las discusiones se polaricen y hay poco que hacer para tratar de encontrar convergencias, zonas de acuerdo.

Entiendo, por supuesto, a quienes de modo legítimo se sienten lastimados por la rudeza de la fiesta y por la muerte que encierra.

Para los taurinos es complejo el establecer un relato y más aún en una época en la que se rehúye la complejidad para buscar las respuestas sencillas y populares.

Pero frente a ello, hay hechos más que constatables y son los que provienen de la belleza de la tauromaquia.

De sus extensiones en la literatura, la filosofía, la pintura, la escultura, la música, el cine y la poesía.

Pocas actividades tienen una potencia cultural como la que emerge de la fiesta brava.

Los toros y los correctos

Ya son décadas las que llevo asistiendo a las corridas de toros y en particular en la Plaza México.

Todavía recuerdo la magia extraña en la que se mezclaba el olor al tabaco y la explosión de los colores cuando por primera vez aprecié el dorado de la arena y su contraste con las tablas rojas y de vivos blancos en los burladeros.

Escucho, como en un eco de la infancia y con la misma emoción ese ole que inicia el paseíllo y que despliega la incógnita de lo que está por su suceder.

Y luego lo más importante: el toro, ese animal bravo y poderoso que sale de los corrales con un arrojo que puede apreciarse desde el momento mismo en que levanta y el polvo e inicia su lidia.

Los toreros y sus cuadrillas, quienes se juegan la vida en esas tardes de espectáculo.

Y que lo hacen con más pasión que por dinero, porque a pesar de lo que puede pensarse este no siempre abunda.

Idelfonso Falcones, el escritor catalán, alguna vez dijo:

“El toro bravo está destinado a luchar o a ser sacrificado; nadie va a alimentarlo sin la contrapartida de un rendimiento.

“Nadie, ni los ganaderos, ni el Estado, ni los animalistas, ni los abolicionistas…”

Sí, el toro de lidia es un animal de combate, que muere peleando, que no es apto para los rastros o los corrales tradicionales, donde por lo demás suele imperar una violencia fría, que pocas veces es sujeta de ocupaciones legislativas.

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