Francia. A mediados de los años ochenta, en los puentes de París, pintaron una leyenda:
“La gauche les trompe; arretons l’invasion”.
Era una suerte de presentación del Frente Nacional, un partido de ultraderecha que planteaba su sentido con la descalificación de la izquierda y de su crítica a la inmigración, a lo distinto.
Desde entonces, han acechado el poder, primero bajo el liderazgo de Jean Marie Le Pen y ahora con el de su hija, Marine Le Pen.
Aunque con una organización en apariencia menos silvestre, el Ressemblement National (Agrupación Nacional).
En unos días, el 24 de abril, los franceses irán a las urnas.
El actual presidente Emmanuel Macron se medirá con Marine Le Pen.
La disyuntiva parece clara para cualquier elector demócrata de izquierda o de derecha.
Pero el asunto no es tan simple. Le Pen ha sabido plantear su campaña apelando a los sectores marginados, a los pequeños asalariados y a los obreros.
Teje con constancia en el electorado tradicional de la izquierda y lo hace apelando a sentimientos y temores.
Desde hace años viene lavando su imagen para aparentar que muchos de los demonios de la ultraderecha han sido exorcizados, pero no es así.
Francia y las urnas
Los planes de Le Pen son contrarios a la legalidad, a los derechos humanos y contemplan la expulsión de miles de inmigrantes y la reducción de derechos para la gran mayoría de ellos, inclusive los que se encuentran de forma legal en territorio francés.
Le Pen sabe que, seduciendo a la izquierda, sobre todo a la radical, puede hacer la diferencia.
La clave está en la primera vuelta, donde Macron obtuvo un 27.8%, Le Pen un 23.1% y Jean-Luc Mélenchon, el representante de la izquierda que proviene de los movimientos sociales y de los desprendimientos de los partidos socialista y comunista un 22%.
Le Pen está jugando sus cartas bajo la lógica del manual populista: el pueblo contra la oligarquía.
Sus mensajes se centran en la división que hace de la Francia sofisticada y elitista y de la que ella en teoría representa, la profunda y agraviada con un desarrollo en el que muchos han quedado excluidos.
Por eso los votantes de Mélenchon, los de la Francia Insumisa, son tan relevantes.
En el fondo serán ellos los que decidan el futuro de su país y el de Europa para los próximos años.
Mélenchon realizó, nada más conocerse los resultados de la primera vuelta, un llamado a no dar ni un solo voto a Le Pen.
Un gesto que sin duda se agradece, porque en otras ocasiones no fue así.
El problema es que la abstención podría jugar en favor de la ultraderecha.
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