Hay similitudes en el impacto del temblor de 1985 y del huracán Otis sobre el sistema político. En ambos casos, los desastres fueron precedidos por un mal año para los respectivos presidentes.
Miguel de la Madrid llegó al cargo con el lastre de dos devaluaciones, una pesadísima deuda externa y con Washington exigiéndole el abandono de la economía mixta. Las presiones crecieron con el asesinato, en febrero de 1985, del agente de la DEA, Enrique Camarena. El presidente tuvo que decretar la desaparición de la Dirección Federal de Seguridad en agosto de aquel año quedándose, cuando se fisuraba el sistema, sin una pieza clave para el control político.
El 19 de septiembre hubo dos temblores. El primero fue geológico y mostró las limitaciones en la personalidad del presidente y la corrupción e ineptitud del régimen. Las ausencias de De la Madrid abrieron los portones al protagonismo de una sociedad civil que tomó el control de las operaciones de rescate, acompañada y alimentada por una prensa cada vez más crítica y libre. En esos días la izquierda le ganó la calle al PRI y en 1997 se apoderó del gobierno citadino.
El segundo terremoto fue financiero. El mismo día, en Washington, «fuentes financieras» informaron que México había incumplido con el programa de austeridad acordado con el Fondo Monetario Internacional y no recibiría el préstamo de 900 millones de dólares indispensables para pagar a la banca internacional. Por debilidad y vocación los economistas tecnócratas cedieron e impusieron las nefastas políticas neoliberales que alentaron la creación de la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Todavía no termina la temblorina de la transición.
Volviendo al presente, el 2023 ha sido malo para AMLO. Sus decisiones sobre Ayotzinapa, la Guerra Sucia y las personas desaparecidas mostraron que a la hora de la verdad se sometió a las reglas no escritas del pacto de impunidad y permitió al ejército imponer la opacidad. Luego vino su monumental berrinche contra la Suprema Corte que lo ha llevado a golpear los derechos legítimos de los trabajadores del Poder Judicial. Ahora tiene su credencial de conservador.
El disenso al interior de Morena crece. Marcelo Ebrard mantiene su protesta, Olga Sánchez Cordero se le insubordina defendiendo en tribuna al Poder Judicial y Clara Brugada se apalanca en la izquierda social capitalina para inconformarse con la selección de Omar García Harfuch como candidato a la jefatura de gobierno de la capital.
En este marco, ubiquemos los saldos visibles del huracán Otis. El primero es la respuesta errática de un presidente que salió corriendo de la mañanera en una camioneta que enfiló hacia una autopista bloqueada para terminar atrapado en un lodazal. Irresponsablemente se hizo acompañar durante diez horas por la cúpula de la seguridad nacional (los titulares de la SDN, Marina y SSPC) para meterse a un estado dominado por el crimen organizado. Fue un capricho irresponsable.
Algunos piensan que el periplo guerrerense fue una astuta maniobra para distraer la atención sobre la catástrofe. Quizá. Lo que, sin embargo, es claro, es que el presidente exhibió su incapacidad para empatizar con las víctimas de la violencia o de la naturaleza. Con el fin de ahuyentarlas nos recuerda que él es la víctima con más alcurnia.
Hoy, la huida hacia el lodazal del primer día palidece ante la incapacidad y falta de coordinación del gobierno de la 4T. El presidente ordena que toda la ayuda se entregue a las Fuerzas Armadas y su jefe de Comunicación Social lo corrige diciendo que la sociedad puede entregar directamente la ayuda. El ejército, rebasado por la magnitud de la destrucción, margina a la marina para quien Acapulco, como puerto, es de su competencia. Entretanto, las autoridades locales son estrellas fugaces delante del crimen organizado que aceita metralletas y calibra las cajas registradoras. El caos.
¿Repercutirá Otis en las intenciones del voto de 2024? Imposible asegurarlo. La única certidumbre es que, una vez más, la historia demuestra que las guerras y los desastres naturales son barómetros que permiten separar a los burócratas de los estadistas. Si tomamos como referente al temblor y al huracán, De la Madrid y López Obrador salen reprobados.
Colaboró Jorge Araujo
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