Tres reclusas

 

El presidente del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, reconoció las debilidades de la democracia pero no dijo cómo las combatiría el INE, una institución domada, sumisa e irrelevante.

Córdova es un funcionario optimista, de los que siempre realzan el lado amable de las elecciones y la democracia. Por ello, sorprende la franqueza con la cual respondió algunas preguntas de Carlos Acosta Córdova de Proceso (2 de abril de 2016). “Las instituciones democráticas del Estado”, dijo, tienen poca credibilidad. “La insatisfacción y la desconfianza de la sociedad son de tal magnitud” que será “muy fácil que germinen pulsiones autoritarias”. Dicho esto, presumió de que en 2015 hubo elecciones incluso en estados conflictivos (se refería a las protestas en Guerrero y Oaxaca).

Lanzó el diagnóstico sin dar el protocolo curativo. Se comportó como algunos médicos de hospital público que dicen a la paciente: “señora, su cáncer es de los difíciles pero el especialista en ellos podrá atenderla dentro de un año. Pero usted no se me desanime, ¡échele ganas!”. Por doquier brotan los indicios de que las elecciones están siendo afectadas por la violencia política y criminal, por la compra de votos y por la guerra sucia y a Córdova y al INE sólo les importa que se instalen las urnas y se cuenten los votos. Una actitud similar se observa en la Fepade y el Tribunal Electoral.

La brecha entre diagnóstico y realidad se hizo evidente porque la entrevista coincidió con un largo reportaje de investigación sobre “Cómo hackear una elección” en la revista Bloomberg Businessweek (31 de marzo). Jordan Robertson, Michael Riley y Andrew Willis reconstruyeron la historia de un genio en la manipulación de las redes sociales y la explotación de la vulnerabilidad generada por los avances tecnológicos. Andrés Sepúlveda está preso en una cárcel colombiana de alta seguridad porque lo atraparon interceptando –para un cliente– las negociaciones de paz en La Habana y hackear al presidente. Su objetivo era “acabar [con] el proceso de paz” (Semana, Bogotá, 23 de agosto de 2014).

Los periodistas de Bloomberg Businessweek profundizaron en el tema y encontraron que la especialidad de Sepúlveda era servir a candidatos: «mi trabajo –les contó– era hacer acciones de guerra sucia y operaciones psicológicas, propaganda negra, rumores, en fin, toda la parte oscura de la política”. Su faena más importante fue manipular en secreto durante tres años las redes sociales a favor de Enrique Peña Nieto. Él piensa que la elección de 2012 fue “una de las campañas más sucias de Latinoamérica en los últimos años”. También relató cómo torpedeó las campañas de Enrique Alfaro por la gubernatura de Jalisco y Gerardo Priego en Tabasco en 2012.

Recomiendo leer el largo reportaje (disponible en: www.sergioaguayo.org). Es una pieza sólida de periodismo de investigación que merecería más atención institucional de la recibida. Los Pinos simplemente lo negaron en un boletín breve y endeble que cierra con una opinión no verificada: “El triunfo de nuestro candidato presidencial obedece, única y exclusivamente, al respaldo libre, informado y mayoritario del electorado mexicano”. El INE se atrincheró en el mutismo aunque el consejero Benito Nacif reconoció que “el INE no ha diseñado un blindaje para evitar prácticas de hackeo y espionaje en campaña”. La Fepade y el Tribunal Electoral se hicieron los desentendidos.

El INE tendrá que reaccionar porqque el PAN interpuso una demanda para que se esclarezcan los dichos del hacker colombiano que, por cierto, tiene la obligación de cooperar como parte de su acuerdo con las autoridades judiciales de su país. Es útil rescatar una afirmación hecha a Semana, “de todo, absolutamente [de] todo, tengo pruebas. Yo tengo documentos, tengo medios técnicos, registros técnicos, llamadas, documentación, información, videos, audios… tengo de todo”. Con una buena lista de preguntas, y algo de voluntad, en el peor de los casos entenderíamos mejor el papel de la guerra sucia en las elecciones mexicanas.

Por ahora, lo cierto es que el INE es timorato, la Fepade se transformó en un avestruz que esconde la cabeza y el Tribunal Electoral deambula en el mundo de los silencios y las solemnidades. Los partidos y los poderes fácticos vaciaron el concreto de una prisión inconclusa. Las tres reclusas podrían salirse pero usaron sus temores para pintar barrotes imaginarios. Ahí se sienten seguras, ¿y la democracia? ¡qué se las arregle como pueda!

Comentarios: www.sergioaguayo.org

Colaboró Maura Álvarez Roldán

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