Los Reyes Magos no le hicieron caso a Sheinbaum. Las calles del Centro a reventar

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Alberto Cuenca Reportero en Capital CDMX

Ciudad de México.-“Órale pinche gente, si no van a comprar no vengan a enchinchar al Centro”, gritó el ñero, enojado porque nadie de entre esa multitud que atiborró la calle de Argentina se interesaba por sus muñecos de peluche en forma de pulpo que vendía de a 60 pesos la pieza.

Como este ambulante otros más o menos ñeros, hombres y mujeres, de todas las edades, dejaron a un lado el tapabocas o la sana distancia para gritar a todo pulmón la oferta que atrajera a una aglomeración de Reyes Magos que atestaron calles como Argentina, Colombia, Nicaragua, Venezuela, Rodríguez Puebla, José Joaquín Herrera y la Plaza del Estudiante.

En la víspera del Día de Reyes en esta zona del Centro Histórico no existió la pandemia. 

Nadie hizo caso al llamado de la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, quien ayer en su conferencia de prensa pidió a los Reyes posponer la entrega de regalos y evitar así aglomeraciones.

Pero aquí no hubo filtros sanitarios y vaya, ni siquiera alguien que echara unas gotitas de gel en las manos.

Una irónica e irrisoria escena se movía con el viento del atardecer en el cruce de las calles Venezuela y el Carmen. El aire de este caluroso martes hacia ondear una lona que amarraron a dos postes algunos funcionarios del gobierno capitalino y donde se leía: “Quédate en casa”.

Vano esfuerzo y vana campaña, por más color rojo que las autoridades capitalinas le pusieron a la lona, porque lo que en verdad resaltó aquí fueron las cartulinas de color verde fluorescente de los ambulantes, con el precio de las calcetas estampadas, de las cobijas y toallas con dibujos de Frozen o Goku.

Balones, gorras, imitaciones de muñecas Barbie, mochilas y patinetas se extendían sobre plásticos en las banquetas y sobre el arroyo vehicular.

Este día todos los comerciantes torearon, incluso los de los locales establecidos que se desdoblaron hacia la vía pública para vender la bisutería, lencería, perfumes o ropa.

Ninguna camioneta de Vía Pública, ningún inspector o policía se preocupó por aparecer y hacer cumplir el semáforo rojo o de menos el bando que prohíbe el comercio ambulante en estas calles del primer cuadro.

Sí hubo policías e incluso vallas metálicas para cerrar algunas vialidades como Apartado, Bolivia o el tramo sur de la calle Del Carmen, porque ahí no se permitió el ambulantaje, pero sí se toleró en todas las demás calles que dan hacia el Eje 1 y hacia el barrio de Tepito.

Es más, las vallas metálicas de la Policía sirvieron para delimitar  el avance de esa marea humana que iba y venía.

Como aquí parece que nadie le teme al Covid-19 tampoco hay reglas y por eso, aunque las autoridades capitalinas anunciaron que sólo están permitidas algunas actividades económicas esenciales, los negocios de todo tipo levantaron sus cortinas para operar con absoluta normalidad.

En cualquier calle, los puestos de tacos y garnachas vendieron la comida como lo hacen siempre, en sus platos de plástico que limpian con un trapo. 

Señoras de la tercera edad, niños y policías, codo a codo, degustaban sopes, quesadillas, pambazos o tacos de bistec, rodeando un comal, una barra de salsas y bandejas con limones,  nopales, frijoles, cilantro y cebollas, montado todo esto en un carrito de esos que se utilizan para hacer el súper.

En fila india, los compradores se movían parsimoniosos entre puestos y ambulantes.

Contra toda ley física, pues aunque las calles estaban a reventar, en medio de la muchedumbre se abrían paso sujetos en motonetas, señores que jalaban diablitos y en estos cajas hasta el tope.

“¡Ábrala, ábrala. Ahí va el diablo!”, gritaban los diableros sin importar a quién se llevaban con su torre de mercancía.

En esta tolerada vendimia no sólo la policía “vigilaba”, también lo hicieron sujetos con la misma pinta como la del ñero que vendía pulpos de peluche.

Morenos, gordos y flacos, todos de gorra y playera, los clones de ese ñero permanecían recargados con la espalda a la pared en la boca calles donde empezaban los tramos de la vendimia. Ninguno de ellos hacía nada, más que observar la entrada y salida de las personas por estas calles del Centro.

En las mismas boca calles existe también un sistema de comunicación, con sujetos que se la pasan todo el tiempo hablando por un radio. En el cruce de Venezuela y Argentina uno de esos tipos, además de monitorear, se dedicaba este martes a vender refrescos de sangría preparados en una casi de plástico con sal y limón.

La romería extendió su aglomeración al transporte público, porque los microbuses con rumbo al mercado de Mixcalco y el Metrobús con dirección al Eje Central iban a reventar.

Abordar una de esas unidades implicó recorrer un tramo de menos de un kilómetro en más de 15 minutos.

Ridículamente, en el monitor del Metrobús se anunciaba a los pasajeros que el Centro Histórico se encuentra cerrado.

Sí. Ajá. Seguro que de eso no están enterados los Reyes Magos y menos los ambulantes, quienes se preparaban para permanecer con su venta toda la noche del martes y la madrugada del miércoles 6 de enero.

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