Lo que importa de la vieja librería Gandhi

Ciudad de México.- La librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo llegó ser una especie de Wall Street de los libros. Es decir, ahí se ofrecía lo que valía la pena para los lectores y el mercado se regulaba con la sorpresa y la calidad. Los empleados de la librería eran sabios, conocían autores y propuestas y elaboraban un canon de lo cotidiano.

La cafetería llegó a ser un imán para intelectuales, políticos y estudiantes. A golpes de café se transformaba el mundo. ¿Quién no tiene alguna anécdota cobijada por sus sándwiches y pasteles?

Mauricio Achar fundó en 1971 la que sería la primera de una serie de sucursales y quizá por ello siempre me pareció como un viaje mágico del que se salía colmado de sorpresas. Recuerdo, solo por dar un ejemplo, los nervios ante la llegada de los ejemplares de “Astérix y Obélix”  de Albert Uderzo y René Goscinny, los galos capaces de desquiciar al imperio romano desde una pequeña aldea.

Pero quizá un momento inolvidable, una pequeña victoria particular, fue cuando, en 1999, en la mesa de novedades se exhibió “La Lejanía del desierto”, una novela a la que le puse ese empeño que tienen las historias que se mezclan entre los nubarrones de la experiencia y la claridad de la ficción.

Compre un ejemplar, por supuesto, y sentí, de algún modo, la grandeza de lo modesto.

La vieja sucursal se transformará en oficinas del grupo Gandhi. Alberto Achar le dijo al diario El Universal, que era una decisión que se tenía que tomar, para no agravar las presiones económicas que ahora se padecen.

Plantea, de modo sabio, la estrategia de cerrar una puerta, para mantener abiertas otras 43 y seguir avanzando en la misión del fundador de la empresa: hacer de México un país de librerías.

Una meta todavía difícil, si tomamos en cuenta que en promedio hay una librería por cada 200 mil habitantes y quizá ello explica que el 25 por ciento  de las personas que dicen haber leído, lo hayan hecho por WhatsApp y que sólo se alcance, en el rango del país, a terminar 3.3 libros cada 365 días.  

Achar, en la misma conversación con la reportera Yanet Aguilar, señaló que “los libros cambian un poco la realidad en la que vivimos, cada vez que abrimos una librería es un festejo, un territorio de beneficio a la sociedad, pero cuando se cierra una es sumamente triste. Son las bajas de la guerra por llevar la cultura y la lectura al país.”

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