Las elecciones y las mejores pizzas del mundo

Ciudad de México.- En las redacciones la veteranía se medía por la cobertura de las elecciones. Eran medallas de guerra de quienes participaron en un trabajo extenuante que se prolongaba por meses.

Los que apenas iniciaban su recorrido por las redacciones, veían a esos colegas como profesores acaso inaccesibles por momentos, pero generosos en la transmisión de un oficio que se aprende, en no poca medida, gastando suelas, viajando, observando y, por supuesto, escribiendo.

Los jefes de información tenían que hacer una selección cuidadosa que garantizara un buen trabajo y que además permitiera entablar una relación provechosa para el medio de comunicación con los políticos que estaban en posibilidad de acceder a los cargos de mayor importancia.

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Muchas páginas se escribieron en esas jornadas frenéticas, que iban dando sentido a una realidad que se escapaba por momentos, pero que podía ser esbozada a golpes de reflexión y escritura.

Por supuesto que la agenda más interesante provenía de las contiendas presidenciales, porque lo que se disputaba tenía una relevancia definitiva, al menos para los siguientes seis años. El cálculo y la suerte se mezclaban forjando relaciones que se prolongaban en el tiempo, pero con esa distancia, quizá imperceptible, que se requiere para poder hacer un buen trabajo periodístico.

Las redacciones, quizá por ello, se convertían en cuartos de guerra, en espacios donde la información que permiten el irse dando una idea de lo que puede ocurrir y de cómo se conformará el poder político a partir de la decisión de los ciudadanos en las urnas.

Las elecciones intermedias, en las que se define la integración de la Cámara de Diputados no solían ser tan interesantes, hasta que se experimentó la realidad de los gobiernos divididos, las legislaturas en la que tres fuerzas políticas tenían que ponerse de acuerdo para legislar y para acompañar los proyectos presidenciales, cuando era el caso.

Pero nada como el día de las votaciones, cuando las redacciones suelen ser un hervidero dominical. Largas, muy largas jornadas, pero bastante divertidas, inclusive, y visto con perspectiva, cuando estallaban los nervios ante la incertidumbre, como el 2006, por dar un ejemplo.

Por supuesto que cada quién recuerda esos momentos de forma distinta, pero yo tengo la certeza de haber cenado, junto con entrañables colegas, las mejores pizzas del mundo, unos trozos de masa fría, con queso grasiento y salsas que semejaban tomate, con la convicción de saberse testigos de una aventura, la que ya en la madrugada se reflejaba en la primera plana del siguiente día, el lunes después de la batalla. Sí, las mejores pizzas, incomparables.

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