La exhumación de Díaz Ordaz

Ciudad de México.- El error más grave y acaso definitivo del presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, fue no entender la motivación profunda del movimiento estudiantil de 1968.

Las agenda de libertades democráticas colapsó a un sistema que estaba agazapado y que tenía como eje a la figura del primer mandatario.

Lo más notorio de estos despropósitos se manifestó, con toda su crudeza, el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. La represión y sus muertos, marcó la vida pública del país durante las décadas siguientes.

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Díaz Ordaz estaba convencido de que existía una conspiración comunista, de carácter internacional, detrás de los miles y miles de estudiantes que participaban en asambleas y marchas. No era así y nunca lo fue.

Jóvenes comunistas participaron e inclusive como integrantes del Consejo Nacional de Huelga, pero la estructura de los órganos de representación estudiantil era diversa y compleja, mostrando la pluralidad de la izquierda, pero sobre todo la emergencia de una generación que quería romper con los moldes de una estructura social anquilosada y de un sistema político de partido dominante  y muy dudosa democracia.

Díaz Ordaz en 1977, ya fuera del poder, creía que el juicio de la historia sería benevolente. Estaba equivocado. Su sexenio se inscribe en una de las etapas más oscuras del pasado reciente.

Descalificaba a Carlos Fuentes y a Octavio Paz por sus renuncias a las embajadas de Francia y de la India y los veía como intelectuales convenencieros que no conocían lo que en realidad había ocurrido.

Alguna  vez Díaz Ordaz dijo que se sentía orgulloso de salvar a México, de arriesgar su propia vida y honor para hacerlo, reflejando el extravío que genera el poder sin equilibrios y que cobijan las adulaciones de la corte.

Sus equivocaciones resultaron tan grandes como el silencio y la complicidades de su entorno, donde nunca le hicieron reflexionar sobre las consecuencias que tendrían los hechos criminales en los que se vio involucrado y sobre los que decidió asumir toda la responsabilidad.

Y más aún, el daño que causaría un análisis silvestre ante las transformaciones que ya iniciaba la sociedad mexicana y que en las protestas estudiantiles se observaba tan solo la punta de un iceberg muy profundo.

La política no tiene contemplaciones para quienes no saben leer lo que ocurre en lo más profundo de la sociedad, pero menos aún para los que lo malinterpretan.

Díaz Ordaz es como un fantasma, que va y viene en nuestra historia, al que se le entierra y exhuma, con demasiada frecuencia.

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