Fin del ciclo progresista en América Latina

Ciudad de México.- El ciclo progresista en América Latina, que incluyó al bloque de países del ALBA (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Cuba, Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nieves), además de Argentina, Uruguay y Brasil, inició alrededor de 2000 y fue concluyendo hacia 2016. Está por verse si México tenga algo que decir sobre ese ciclo. 

La base programática del progresismo en el poder partía de tres críticas a los regímenes políticos tradicionales en la región. En primer lugar, que había cedido las funciones extractivistas de las economías regionales (materias primas y agricultura) a empresas trasnacionales, violentando la soberanía nacional. En segundo lugar, que era necesario atacar estructuralmente a la desigualdad social y tres, la corrupción de los partidos tradicionales había indignado a las mayorías populares.

La alternativa del progresismo fue planteada en torno a estas temáticas. Económicamente, se postulaba la recuperación del control de las economías extractivistas por parte del Estado nacional, se ofrecieron grandes subsidios a capas populares de las poblaciones y se buscó erradicar la corrupción pública y privada, aniquilando a los partidos políticos tradicionales.

Debido a los altos precios de los commodities en esos años, la crisis económica del 2008-09 no les afecto significativamente, mientras las economías centrales de América del Norte y Europa sufrieron fuertemente los estragos de ese crack financiero. Sin embargo, la baja generalizada en los precios de los commodities, empezando por el petróleo en 2013, señaló el fin al auge del progresismo como modelo económico viable. Esto sucedió básicamente porque el progresismo nunca vislumbró la posibilidad de otro modelo económico, aparte del extractivismo. Priorizó el control político y olvidó la innovación tecnológica. Nunca planteó un nuevo modelo económico, por tanto nunca priorizó la educación para preparar a las futuras generaciones para una economía tecnológicamente avanzada ni industrial. El progresismo quiso llevar sus países a una etapa superior de extractivismo, en vez de diversificar, industrializar y modernizar.

 

Las propuestas de reparto de la riqueza vía instrumentos presupuestales federales funcionaron en tiempos de auge económico y fracasaron cuando se acabó el dinero. En vez de diseñar políticas redistributivas basadas en el mercado, las diseñaron desde lo más fácil: el dinero público. El caso más catastrófico de estas políticas es Venezuela, donde terminaron debatiéndose entre el hambre y la desesperación. Nunca aprendieron que el gasto social estatal no reduce la brecha de desigualdad en una sociedad: la sostiene y se amplia.

 

Culturalmente el progresismo nunca fue distinto a las corrientes políticas tradicionales en materia de corrupción. Retóricamente se indignaban con la corrupción y ofrecía combatirla, por los aplausos que atraía, pero en los hechos practicaba la corrupción como parte consustancial a la vida cotidiana: era como respira el aire. Casos como Chávez y Maduro en Venezuela, Odebrecht, Lula y Dilma en Brasil o la familia Kirchner en Argentina son emblemáticos de esa cultura.  

 

Confianza excesiva en la economía extractiva, gasto social improductivo y corrupción terminaron por hundir al ciclo del progresismo en América Latina. 15 años duró el proceso.

 

¿Qué camino seguirá el nuevo gobierno mexicano? Es extractivista en lo económico (obsesiona con petróleo, trenes, maderas, minas, soberanía), mientras promulga más programas sociales, y lo de la corrupción es cosa de ver. Pero firma el acuerdo bilateral con Estados Unidos, que ata la economía al norte y promete restringir el gasto y no endeudarse. La contradicción se explica sola.

 

@rpascoep

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