El tortuoso camino de «Jesús» al Cerro de la Estrella

Ciudad de México.- Bajo un sol que no cede, minutos después de las 15:00 horas, hora que marca la tradición ocurre la Crucifixión, Ariel Luna Estrella, quien este año interpreta a «Jesús», apenas recibe los primeros azotes frente a miles de espectadores en la explanada de la delegación Iztapalapa.

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», dice con la voz entrecortada tras los azotes; la primera de las siete palabras que contienen los evangelios.

El camino es largo. Son ocho kilómetros que tendrá que cargar la cruz que pesa casi 100 kilos. Parece una tarea imposible, pero su esfuerzo y convicción lo hacen llegar a la cima del cerro del Estrella.

Esta es la 173 representación de la Pasión y Muerte de Cristo en la delegación Iztapalapa, donde este año más de 2 millones de personas se dieron cita para atestiguar el esfuerzo de un joven de 18 años.

El sol no cede. Lo acompaña durante todo el recorrido e incluso, durante la crucifixión, hay un respiro: fuertes vientos. Los mismos que horas antes, durante la celebración del tercer concilio, tumbaron una columna del escenario principal en la Macroplaza Cuitláhuac, donde dos personas resultaron lesionadas.

Las calles están repletas. Miles de niños y jóvenes y adultos esperan la procesión del hijo de Dios, quien con esfuerzo y tras latigazos continúa el camino hacia su inminente muerte.

Son tres caídas, tal y como lo reza la tradición, esta última un poco accidentada, entre actores, asistentes y elementos de seguridad del gobierno capitalino, sin embargo, no pasa a mayores y Jesús puede continuar con su condena.

El camino rumbo al Cerro de la Estrella provoca estragos para Herodes, quien abandonó su caballo, con una molestia en el tobillo, se detuvo unos segundos y continuó.

Jesús arribó al cerro minutos antes de las 5 de la tarde, la crucifixión continuaba su curso, frente a él, miles de personas, llenas de expectación, de esperanza, miles de creyentes, lo observan, esta es una tradición, una tradición que va más allá de la religión y que logra unificar.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», dice agitado, la séptima y última de las palabras del Evangelio, así concluye la representación del Viernes Santo en Iztapalapa, con los ojos ya cerrados, permanece en la cruz, con nada más que silencio alrededor, mientras los visitantes comienzan a abandonar el lugar.

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