El saldo de la transición de AMLO

Ciudad de México.- Apenas el día de ayer, el periódico El Universal dio a conocer los resultados de su más reciente encuesta nacional de evaluación al presidente electo.

De acuerdo al estudio, Andrés Manuel López Obrador, cuenta con la aprobación de más de la mitad de la población, aunque dicho apoyo disminuyó entre agosto y noviembre. 

La calificación que le otorgan los ciudadanos a su labor como presidente electo pasó de 7.4 a 6.8, una disminución de 0.6 puntos.

En agosto pasado, López Obrador tenía 64% de aprobación; en el ejercicio recientemente realizado obtuvo 55%, una disminución de nueve puntos porcentuales en los últimos tres meses. También aumentó en cinco puntos el porcentaje de quienes desaprueban su actuación hasta ahora.

Cabe resaltar, que de acuerdo con el estudio de evaluación realizado por el mismo periódico en diciembre de 2012, Enrique Peña Nieto contaba con 59% de aprobación. Esta caída en el apoyo ciudadano al proyecto de López Obrador lo coloca casi con los mismos números que Peña Nieto antes de iniciar su gestión.

La baja en la popularidad de López Obrador, aunque no deja de ser marginal, resulta sorpresiva y a la vez reveladora en muchos sentidos.

Sus constantes contradicciones e incongruencias, la falta de claridad en sus objetivos, sus exabruptos autoritarios, el desorden proyectado en el trabajo de su equipo, la nula certeza que genera para la inversión y el desarrollo; han marcado estos cinco turbulentos meses de transición.

Canceló el aeropuerto en Texcoco, el proyecto de infraestructura más grande del país en los últimos años y se comprometió a compensar con contratos (al margen de la ley) a los empresarios afectados, a los que él mismo había calificado de ‘corruptos’.

Convocó a una consulta ilegal organizada por su partido, a la cual dio fraudulentamente el carácter de vinculatoria, comprometiendo miles de millones de pesos en recursos públicos y dejando sin empleo a 40 mil personas con su resultado, que por cierto estaba facturado de antemano.

Por si fuera poco, respondió a las críticas de la opinión pública convocando a una segunda consulta aún más ilegal y falsa que la primera, en la que ‘pidió la opinión de la gente’ sobre el Tren Maya y la nueva refinería, obras que ya tenían fecha de inicio y presupuesto proyectado; eso si, sin contar con estudios de impacto ambiental o de factibilidad, y sin consultar previamente a las comunidades indígenas de las zonas, tal como lo marca la Organización Internacional del Trabajo.

Ya anunció que dará marcha atrás a la idea de contar con una fiscalía autónoma, nombrará por dedazo a un fiscal carnal, un incondicional que podrá cuidar los intereses de su gobierno.

Contrario a su bandera histórica de combate a la corrupción, se pronunció por perdonar criminales y corruptos por adelantado, aclarando que no tocará a la administración de Peña Nieto. Un evidente pacto de impunidad transexenal.

Cuando todos festejábamos que la Superema Corte de Justicia de la Nación declaraba inconstitucional la Ley de Seguridad Interior y la militarización de la seguridad pública, Andrés Manuel nos recetó su Guardia Nacional Militar, misma que pretende llevar a la Constitución para hacerla permanente e inimpugnable.

Todo lo anterior, sumado a sus discursos incendiarios, a los escándalos por excesos exhibidos por legisladores de su partido, y a sus constantes denuestes a sus opositores y a la prensa crítica; han abierto los ojos a millones de personas en tan sólo tres meses.

La legitimidad que le dan a López Obrador sus 30 millones de votos es inobjetable. Los ciudadanos vieron en él una opción de cambio pacífico, un alto a la corrupción y a la impunidad. Sin embargo, el actuar del presidente electo durante este periodo de transición nos dice que han encontrado todo lo contrario.

De no enderezar el rumbo, Andres Manuel corre el riesgo de pasar a la historia como el Presidente que más expectativas generó entre los ciudadanos, pero a la vez el que más rápido los desencantó.

Por el bien de México, ojalá que le vaya bien, y que nos calle la boca a todos los que desde un principio hemos sostenido que es un político ordinario como cualquier otro, pero más hipócrita.

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