El error de Alfonso Romo

Ciudad de México.- En el pasado, las Oficinas de la Presidencia eran muy poderosas.

Fungían como una especie de aduana de ideas y proyectos, que tenían que ser avaluados antes de presentarlos al titular del ejecutivo.

En los hechos desde ese espacio se coordinaba a los gabinetes, se establecían sistemas de supervisión del cumplimiento de metas y se evaluaba la gestión del propio gabinete.

Con Alfonso Romo las cosas fueron distintas, porque la gestión del poder que ejerce el presidente Andrés Manuel López Obrador es unipersonal y en ella no existe espacio para la discusión y los debates.

Romo tenía una misión imposible: Hacer congeniar a los empresarios con la idea de transformación de la 4T. Si vemos lo que ha ocurrido, en estos dos años, la lejanía con la iniciativa privada es evidente, porque no existen políticas de apoyo y, sobre todo, porque hay una gran incertidumbre.

La emergencia del Covid-19 lo demostró, donde cada quién se tuvo que rascar con sus uñas y donde los daños al sector productivo son evidentes.

Romo no supo leer lo que venía y por ello en la etapa de transición cometió un error de evaluación que lo marcaría: pensó que no prosperaría la cancelación del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Texcoco.

Así se lo dijo a los empresarios y le creyeron, porque en esos meses el optimismo, más bien moderado, escondía los profundos temores que iban desplegándose.

El ex Jefe de Oficina cuenta con el respeto de sus colegas empresariales, pero estos sabían que no podía hacer mucho para moderar la lógica destructiva que ahora impera.

Quizá por ello no sorprendió que resultara marginado de las presentaciones de los programas de infraestructura y de las negociaciones sobre la ley contra el outsourcing.

En los hechos ya no tenía margen de acción y se cansó, porque el poder cansa y desgasta y más aún cuando lo que imperan son las contracciones y en un esquema en el que no se pueden tomar decisiones sin el riesgo de ser descalificados y desautorizados.

Para que funcione un jefe de oficina, debe tener el respaldo absoluto del presidente de la República y hablar a su nombre cuando sea necesario, provocar el respeto de los secretarios y tener interlocución con los diversos poderes, incluidos los fácticos.

Nada de ello tuvo Romo y no lo tendrá nadie, por eso es prudente desaparecer el cargo, como anunció el presidente López Obrador. No se requiere una jefe de oficina al que nadie le hará caso.

El problema, por supuesto, es entorno a la forma de gobernar, pero ello es algo que trasciende a cualquier integrante del gabinete.

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