De súbditos a ciudadanos

Ciudad de México.- Existe una creciente contraposición entre gobernados y gobernantes que refleja la incompatibilidad entre los intereses privados, de grupo o partido con los intereses colectivos.

Además, la vocación centralizadora del gobierno abarca prácticamente todos los aspectos de nuestra vida cotidiana: desde la aplicación de vacunas contra la pandemia hasta la determinación de la política económica y social, desde la definición de las relaciones con otros poderes públicos hasta la selección de los candidatos del partido oficial, desde la promoción de la educación moral de la población hasta las relaciones internacionales, todo pasa por la voluntad del Presidente.

Tal centralismo es contrario a la democracia que se sustenta en la diversificación y en la socialización del poder.

La 4T ofreció nuevas libertades ciudadanas y terminó limitándolas como en el caso de los derechos de la persona.

Para el actual modo de gobernar, los ciudadanos son prescindibles porque resulta más cómodo apelar a los súbditos como pueblo abstracto y sin rostro.

Por ello, a la pregunta sobre cuál es la función de los ciudadanos en los sistemas democráticos se le pueden ofrecer respuestas muy diferentes.

Sin embargo, cualquiera que se proponga no puede olvidar que vivimos un déficit político cuya expresión más relevante es la reducida participación ciudadana en los asuntos colectivos.

Nuestra democracia y con ella sus actores, procesos e instituciones se encuentra en crisis.

Tenemos una democracia de baja calidad, caracterizada por una imperfecta representación política y una deficiente participación ciudadana.

En este escenario, debemos cuestionar si la solución a los problemas se encuentra reduciendo la democracia a un mero formalismo como pretende el gobierno, o si por el contrario, se requiere de un renovado impulso para desarrollar un modelo de democracia capaz de incorporar efectivamente a los ciudadanos en los asuntos del gobierno.

El término ciudadanía designa la pertenencia del individuo a una comunidad política y también, la relación existente entre la persona y el orden político y jurídico en que se encuentra inserta.

Aunque el alcance del concepto de ciudadanía ha sido discutido profusamente desde los griegos hasta nuestros días, tal reflexión se ha desarrollado con mayor fuerza cada vez que se pretende identificar a los sujetos de la democracia.

Etimológicamente, democracia significa soberanía del “demos”, palabra que hoy podemos traducir como “sociedad” o “comunidad”.

Pero las democracias actuales no tienen como escenario un espacio público donde los ciudadanos se puedan congregar para decidir sobre las cuestiones que conciernen a todos.

La democracia que conocemos es representativa y en ella los ciudadanos delegan el oficio de gobernar y se desentienden del mismo, produciendo además de apatía y desinterés, un fenómeno muy preocupante que son las democracias sin ciudadanos.

Con la paulatina conquista de las libertades civiles, la sociedad moderna otorgó centralidad al sufragio, como un medio imprescindible para la institución y legitimación de la autoridad pública.

La democracia considera al sufragio como un atributo de la ciudadanía al quedar definida por la libertad individual de elección, en clara ruptura con las representaciones orgánicas de la sociedad típicas de los sistemas populistas y autoritarios.

Es necesario restaurar aquella versión de la política que la presenta como “arte y virtud”, como amor por la “cosa pública”, la “cosa común”, la “cosa de todos”. Se requiere una ciudadanía activa, informada y participativa. Por ello, resulta muy significativo que los partidos del frente electoral opositor “Va Por México”, estén incorporando el componente ciudadano en sus candidaturas.

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Twitter: @isidrohcisneros

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