De la diáspora

Ciudad de México.- ¿Qué consecuencias podría tener que el nuevo embajador ante los Estados Unidos provenga de la diáspora mexicana?

A la nominación de Miguel Basáñez como embajador ante los Estados Unidos se le criticó, sobre todo, su falta de experiencia diplomática. En su defensa se dijo que venía de una de las escuelas diplomáticas de élite, la Fletcher School of Law and Diplomacy (Tufts University). En el intercambio de opiniones faltó la reflexión de fondo sobre el futuro de una relación que vive un cambio debido, en parte, a que la diáspora mexicana ha desencadenado una reacción antimexicana.

Ha sido un éxodo masivo hacia los Estados Unidos. En 1990 eran 14 millones de personas con raíces mexicanas, en 2015 se estiman en 35. Algunos se han olvidado de sus orígenes, otros mantienen lazos de diversa índole. Allá están pero ni gobierno ni sociedad tiene claridad sobre ¿qué representan para México? y ¿cómo relacionarse con ellos? Para algunos son “comunidades mexicanas en el exterior”, para otros la “diáspora mexicana”. Lo evidente es que se encuentran por todos los Estados Unidos haciendo las tareas más humildes o compitiendo en la academia y los negocios legales e ilegales (los capos del crimen organizado se ven como empresarios exitosos).

Su presencia está sacando a la luz el antimexicanismo xenófobo que el empresario Donald Trump utiliza para pavimentar su carrera política hacia la Casa Blanca. Alexandra Délano delinea en un reciente texto la contradicción fundamental de una parte de los norteamericanos: nos consideran “gente trabajadora” que es ajena a su país por nuestra incapacidad para “americanizarnos” en el sentido del protestantismo anglosajón. Si de este sector dependiera, deberíamos quedarnos cosechando lechugas, lavando platos o cuidando niños; no les agrada que compitamos mientras preservamos idioma y cultura.

Como parte de mi trabajo paso en Boston dos meses al año. Durante ese tiempo me sumo al millón de mexicanos con licenciatura y posgrado (cifras de Rodolfo Tuirán de 2010). Hace unos días un pequeño grupo de profesores universitarios cenamos en Boston con Miguel Basáñez. La conversación giró en torno a la relación bilateral y al significado y consecuencias de que Basáñez sea el primer embajador que sale de la diáspora. De ese encuentro se desprendieron tres reflexiones que comparto (no representan por supuesto a los participantes).

El gobierno mexicano debe aclarar qué quiere de la diáspora. El Instituto de los Mexicanos en el Exterior fue creado en 2003 por el gobierno de México y ha hecho un trabajo notable de acercamiento a los diferentes segmentos del éxodo. Deja de ser un recurso estratégico porque el gobierno mexicano sustituye la falta de estrategia con un perfil bajo, porque alzar la voz podría molestar a los “americanos”.

¿Gritos o susurros? ¿Cuál debe ser el tono de la relación con el gobierno de los Estados Unidos? La asimetría de poder es tan grande que ha provocado una parálisis oficial mexicana. Mi impresión es que la mejor actitud es una mezcla de gritos y susurros. Hablar claro, dar razones y, cuando sea necesario, litigar. Ni el ejecutivo, ni el legislativo nos regalarán lo que debemos conquistar en tribunales. En los usos y costumbres “americanos” primero va la carta y si la ignoran sigue la demanda.

Cerrar la brecha entre gobierno y sociedad civil. Hace ya muchos años que quienes gobiernan México hacen lo posible por evitar los temas que les incomodan a ellos o a los Estados Unidos. Una consecuencia es que se enfrió el diálogo entre gobierno y sociedad. El nuevo embajador podría ser un puente para renovar la conversación sin acartonamientos.

Va en nuestro interés explorar la parte problemática de la relación pensando en soluciones que vayan en el interés general. Entre los asuntos espinosos está el creciente antimexicanismo, los aportes estadounidenses a la corrupción y a la violencia en México, la expansión del crimen organizado mexicano en los Estados Unidos, la relación entre la diáspora y México, la migración centroamericana y un largo etcétera.

La complicada relación bilateral no depende por supuesto de una sola persona, por más influyente o educada que sea, pero sí puede servir para detonar procesos que permitan poner al día la agenda e identifiquen soluciones que hagan realidad la “responsabilidad compartida”. Lo que tenemos es una absurda evasión de los temas sustanciales.

Comentarios: www.sergioaguayo.org

Colaboró Maura Álvarez Roldán.
Agradezco las sugerencias de la profesora Alexandra Délano, de la New School de Nueva York.

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