La sociedad de los enemigos

La sociedad de los enemigos. Desde siempre el Día de la Raza fue conceptualizado como la celebración de la fusión entre dos culturas, de los pueblos indígenas americanos y de las poblaciones europeas.

El descubrimiento del nuevo mundo en 1492 representó una confrontación entre concepciones alternativas.

A partir de la resistencia entre las diferentes culturas, religiones y modalidades de organización política y social existentes en esos momentos, se desarrolló también una profunda contraposición racial entre lo indígena, lo hispano y lo sajón.

Desde entonces, ha crecido la ideología inútil de querer atribuir la mayoría de los eventos de la historia al factor racial.

Creer que hay desigualdades cualitativas entre los grupos humanos, permite diferenciar entre razas “superiores” e “inferiores”.

Y hace avanzar la idea de que el valor de un individuo deriva completamente de su afiliación racial.

A partir de su imposición hegemónica en el mundo, la cultura occidental fue considerada como la civilización superior.

Y el modelo universal a seguir y desde el cual el resto de las culturas deberían ser juzgadas.

Heredera de esa cultura, la época actual se encuentra determinada por la separación, el odio, la hostilidad y la lucha contra el enemigo.

El deseo de tener enemigos representa una estructura psicológica difusa animada por las pasiones derivadas del miedo.

La sociedad de los enemigos

Disponer de enemigos –preferiblemente a manera de espectáculo- se ha convertido en el paso obligado para la constitución del sujeto y el acceso al orden simbólico de nuestro tiempo.

Para que el racismo aparezca es suficiente que los grupos que viven juntos se sientan diferentes.

Y que perciban esas diferencias como una amenaza para su propia existencia.

Tal actitud es universal y ha sido observada en todas las épocas.

Probablemente nació del proceso de nuestra propia evolución como un factor que ayudaba a la sobrevivencia ante ciertas situaciones.

Hoy tiene consecuencias devastadoras sobre todo porque la mayoría de quienes se oponen al racismo lo hacen desde un punto de vista emocional y moralista.

Nos encontramos en una época eminentemente política caracterizada, para decirlo con el jurista alemán Carl Schmitt, por el elemento central de la distinción entre amigos y enemigos.

Este último es entendido en su acepción concreta y existencial y no solo como una metáfora o una abstracción vacía y ausente de vida.

El enemigo del cual habla Schmitt no es un simple competidor o adversario, ni un rival privado que se pueda odiar o por el cual se tenga antipatía, sino que la referencia es a un antagonismo extremo.

Con el enemigo 

El enemigo es, en el cuerpo y en la carne, aquel sobre el cual es posible provocar la muerte física porque niega, en modo existencial, nuestro ser.

Ello obliga a identificar al enemigo con la propia sobrevivencia.

El enemigo aparece sin rostro, sin nombre y sin lugar de ubicación.

Por lo tanto, el político debe aparecer estrechamente conectado con una voluntad existencial de proyección de potencia y de poder utilizando para ello cualquier medio y relegando los fines.

Es así que resulta explicable como el odio por el enemigo, la necesidad de neutralizarlo y el deseo de evitar los riesgos y los contagios de los cuales es portador, constituyen el espíritu político contemporáneo.

Justamente como ayer, la guerra contra los enemigos existenciales es nuevamente concebida en términos que involucran al conjunto de los seres y su verdad.

Los enemigos con los cuales no es posible, ni deseable, ningún acuerdo o diálogo son tratados por medio de estereotipos y estigmas.

En esta época de renovado entusiasmo por el suelo y la sangre, es necesario considerar la presencia del otro, del diferente y del extraño como parte de nuestra propia socialidad.


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