¿Contubernio?

¿Contubernio? En las elecciones se renovaron seis gubernaturas y tomó aire la versión de un presunto contubernio entre el presidente y los carteles.  

La fractura entre Porfirio Muñoz Ledo y el presidente culminó el jueves pasado, tres días antes de los comicios.

Muñoz Ledo es un maestro en el arte de plantar ideas disruptivas en el momento justo.

Sin dar evidencia lanzó dos afirmaciones durísimas: México tiene un “narcogobierno” y si el presidente no corrige el rumbo pagará las consecuencias de su “contubernio con el narco”.

Abona, por tanto, a la tesis alimentada desde la oposición al presidente.

Dejo de lado las consecuencias de la ruptura para abordar lo fundamental: ¿existe un contubernio entre el presidente y los carteles? No. No lo creo, pero la versión crece porque el presidente está aferrado a una política equivocada en el fondo y la forma.

El presidente está convencido de que él sí está atacando las raíces de la criminalidad.

Presume de la Guardia Nacional y apuesta por los programas sociales creyendo que con ellos quita base social a la delincuencia.

De acuerdo con esta lógica, si se trata con respeto y se habla suavecito a los delincuentes, estos reaccionarán reduciendo su agresividad con lo cual su gobierno gana tiempo.

Este año bajaron los homicidios, pero la tendencia no se ha consolidado.

¿Contubernio? 

El razonamiento explica la polémica liberación de Ovidio Guzmán durante el llamado culiacanazo y el cariñoso saludo a la mamá de el Chapo.

También enmarca la política de comunicación.

El 25 de junio de 2020, Gaspar Vela, de La Octava, preguntó en la mañanera el nombre de los carteles operando en el Valle de México.

El entonces secretario de seguridad Alfonso Durazo le aclaró que “desde el inicio de este gobierno” decidieron no mencionarlos por nombre.

El presidente intervino para respaldar a Durazo y añadir que “nada más por esa ocasión” haría una excepción; instruyó al general secretario de la Defensa para que mostrara los nombres de los carteles operando en el Valle del Anáhuac.

Lo hacía, aclaró, para demostrar que “sí sabemos, que sí tenemos información”, que “no damos garrotazos a lo tonto al avispero”.  

De lo anterior se infiere que también es deliberado el trato amable a los integrantes de los carteles.

Si Felipe Calderón los llamaba “cucarachas”, Andrés Manuel López Obrador los llama “seres humanos”, “gente buena y trabajadora” y “delincuentes”.

Solo en contadas ocasiones los califica de “criminalesa los que debe comprenderse y ayudarse.

En las mañaneras del 21 de enero de 2020 y 7 de junio de 2021 hizo una comparación absurda pero reveladora de sus impulsos: los criminales son mejores que la “delincuencia de cuello blanco” que “se porta más mal” y le “ha hecho mayor daño a México”. 

Cuento con cifras y razones para asegurar que es una estrategia bien intencionada pero incompleta porque ignora la metamorfosis vivida por la criminalidad desde que empezara la guerra en el lejano 2006.

Los criminales se han aprovechado de la tregua unilateral para expandir su poderío en múltiples dimensiones.

Las encuestas reflejan el rechazo mayoritario a esa estrategia, hay una percepción generalizada de que se expande el poderío criminal y que está en curso un asalto deliberado a las elecciones locales.

En el proceso electoral 2020-2021 asesinaron a 34 candidatos y candidatas.

El escándalo provocado por esas muertes y por las elecciones en Sinaloa parece haber causado un cambio en la estrategia electoral de este año.

Según Data Cívica no ha habido eventos de “violencia criminal-electoral”, pero según la misma organización durante las campañas hubo “más de 50 eventos de violencia criminal contra figuras políticas”.

Definitivamente, necesitamos afinar nuestra comprensión de las intenciones criminales con su asalto a los cargos públicos.

Es igualmente urgente prestar más atención a regiones y estados específicos. Tamaulipas, por ejemplo.

El desenlace es complejo e incierto. En los próximos dos años el presidente mantendrá su estrategia, los criminales seguirán empoderándose al igual que la hipótesis del contubernio entre el presidente y los carteles.

En la mayoría de los casos se desentenderán de sustentar con evidencia el pronóstico optimista y las descalificaciones apocalípticas. Se habla mucho y se demuestra poco.


Colaboró Dulce Alicia Torres Hernández

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