BARRIO ROTO: Donde el crimen no recluta y es inmune a la pandemia

Alberto Cuenca Reportero en Capital CDMX

BARRIO ROTO: Donde el crimen no recluta y es inmune a la pandemia*

*Este reportaje se publicó originalmente de forma íntegra en diciembre de 2022, como parte de la antología «Violencia criminal y coronavirus: miradas desde el periodismo de investigación», editado por el Colegio de México y es parte de los trabajos periodísticos que derivaron del curso-taller Prensa y Crimen en la Pandemia que en 2021 auspiciaron el Instituto para la Seguridad y la Democracia y el Seminario sobre Violencia y Paz del Colmex. La versión publicada por el Colegio de México y la antología completa se pueden consultar en la liga https://libros.colmex.mx/tienda/violencia-criminal-y-coronavirus-miradas-desde-el-periodismo-de-investigacion/

En la Guerrero, una de las colonias más antiguas pero también más inseguras del centro de la Ciudad de México, los jóvenes han aprendido muy bien a descifrar y comportarse en torno a los códigos del barrio.

Para ellos el aprendizaje de esas reglas no escritas se hizo más necesario a raíz de la pandemia por Covid-19, pues todos esos males que parecen endémicos de esta comunidad se intensificaron.

Quienes nacieron y han crecido aquí ven ahora en su entorno un aumento de la pobreza, del desempleo, de la violencia intrafamiliar, de la deserción escolar, de las adicciones y de la incorporación de los jóvenes a las filas de la delincuencia organizada.

Uno de los códigos básicos y más sórdidos es que en esta colonia el crimen no recluta y eso es porque no lo necesita, menos ahora que el coronavirus volvió más vulnerable a la población juvenil.

Los halcones, los dealers, los sicarios y todos los integrantes de esa aceitada maquinaria de ilegalidad que funciona en torno al tráfico de estupefacientes y armas llegan solos, movidos por una expectativa: el dinero fácil -hoy más urgente que otros años-, que da estatus porque permite tener ropa de marca, autos, motocicletas, fiestas, armas, mujeres y excesos.

“Quien conecta al chavo es el primo, el hermano, el amigo, es la fiesta donde los chavos inician consumiendo sustancias. Los de la Unión Tepito viven en el barrio y tienen primos y son como cárteles familiares; entonces saben que quien vende sustancias es el vecino de al lado.

“Es una estructura familiar mafiosa y usa esos vínculos, por eso son tan difíciles de erradicar porque la vinculación es familiar o de cuates y no es que te recluten, es la relación cotidiana la que te vincula al contexto”, explica Sergio Guzmán, coordinador del libro “Una mirada a la colonia Guerrero” y director del Programa de Investigación de la Fundación Reintegra AC.

Lamenta que en esa expectativa también participan los medios de comunicación, pues en los mensajes y estereotipos generados no importa el ser, sino el tener, lo que en la adolescencia y juventud es importantísimo.

Los jóvenes saben el precio de alcanzar esa expectativa y este es otro de los tantos códigos del barrio, porque aquellos que deciden tomar ese camino ubican perfectamente a quien le venderán su alma: a la Unión Tepito, al Cártel Jalisco Nueva Generación o a lo que queda de la AntiUnión.

La Guerrero es una colonia colindante con el mítico y violento barrio de Tepito. Solo las separa una vialidad: la histórica avenida Paseo de la Reforma que en este tramo luce descuidada y sucia, muy lejana al glamour de esas fotografías de postal que la muestran como símbolo de transformación.

Paradójico resulta que la descomposición social de esta colonia ocurre a escasos dos kilómetros de donde vive y despacha el presidente de la República, porque el brazo gubernamental llega difuso a este traspatio del Palacio Nacional, donde varios de los jóvenes con los que platicamos no conocen y por ello no son beneficiarios de ningún programa de gobierno orientado a sacarlos de ese que es el caldo de cultivo perfecto para acentuar su condición de riesgo y de limitadas oportunidades.

¿Funciona el otorgar dinero a los jóvenes a través de becas? El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) lo pone en duda, al advertir que programas como el de Jóvenes Construyendo el Futuro y Jóvenes Escribiendo el Futuro son medidas que se contraponen y ello provocaría deserción escolar.

“Los programas Jóvenes Construyendo el Futuro y Jóvenes Escribiendo el Futuro, podrían competir entre sí al compartir el mismo grupo etario, pero con apoyos y montos diferentes. Esto podría ocasionar que un sector de esta población se decante por el programa que ofrece el mayor monto, en este caso el Programa Jóvenes Construyendo el Futuro, y derive en la deserción escolar al tratarse de un incentivo económico más alto”, alertó el Coneval en el Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2020.[1]

PLAN REACTIVO

El 12 de noviembre de 2020, cuando comenzaron a mostrarse las señales de la segunda y más mortífera ola de Covid-19 en la capital del país, la jefa de gobierno de la Ciudad Claudia Sheinbaum, presentó el programa Barrio Adentro.

Se trató de una intervención social enfocada a atender de inmediato a 3 mil 553 niñas, niños y adolescentes de la colonia Guerrero, el barrio de la Santa María La Redonda (cerca de Garibaldi) y una fracción de 40 manzanas en la parte norponiente de la colonia Centro, para prevenir su cooptación en actividades delictivas y brindarles seguridad.

Su anuncio se dio en medio de un contexto de extrema violencia que colocó a menores de edad como víctimas de atroces actividades del crimen organizado en el Centro Histórico de la Ciudad.

El 27 de octubre de ese año dos niños de origen mazahua, Alan Yair y Héctor Efraín, de 12 y 14 años respectivamente, fueron reportados como desaparecidos por sus padres. Cinco días después, el hallazgo de sus cuerpos desmembrados se dio en medio de una extraña y lúgubre casualidad.

Durante la madrugada del 1 de noviembre, el sujeto encargado de desaparecer los cuerpos de los infantes sacó los restos en bolsa de plástico de una vecindad en la calle de Cuba -a escasas cuatro cuadras de donde vivían los niños-, pero cuando ya iba a tirarlos, un bulto se le cayó del carrito en el que los transportaba y policías que coincidentemente pasaban por el lugar descubrieron el macabro contenido de las bolsas.

Las investigaciones apuntaron a una ejecución que cometieron integrantes de la Unión Tepito, aunque el móvil del homicidio nunca se precisó.

El 11 de noviembre, un día antes de que Claudia Sheinbaum presentara Barrio Adentro, el asesinato de otro menor hizo evidente el nivel de descomposición social prevaleciente en esa zona del centro de la Ciudad.

El cuerpo de un jovencito de 14 años, de nombre Alessandro, fue encontrado dentro de una maleta en una casa de la calle Magnolia, colonia Guerrero.

La carpeta de investigación que inició la Fiscalía capitalina apuntó a un secuestro, cometido por otros dos menores de edad, de nombre José y Darwin, quienes habrían decidido quitarle la vida al joven plagiado.

Luego de esos hechos, el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch aceptó públicamente que durante la pandemia se observó una creciente participación de menores de edad en actividades criminales, en toda la Ciudad.

A decir de Sergio Guzmán, de la Fundación Reintegra, el programa Barrio Adentro respondió a una estrategia reactiva de la autoridad que se dio cuenta tardíamente de que algo grave pasaba en el centro de la capital del país y eso no ha parado.

Para Guzmán prevalece la capacidad del crimen de adaptarse a la nueva normalidad impuesta por la Covid-19, continuando con las extorsiones, los secuestros y la venta de droga en Tepito, la Guerrero y el Centro Histórico.

NADIE SABE, NADIE SUPO

Del éxito y efectividad del programa Barrio Adentro se conoce muy poco. No se supo si las brigadas de funcionarios con chalecos verdes y logotipos del GobCDMX siguieron su labor, por cuánto tiempo, ni qué pasó con los menores a quienes atendieron. ¿A cuántos de ellos lograron sustraer del ambiente criminal que los rodeaba? El dato se desconoce.

La creación de ese plan fue, de hecho, la reedición de otro programa que existe desde 2019 y del que también se sabe poco, denominado Los Jóvenes Unen al Barrio y que forma parte de una estrategia central diseñada por la administración capitalina para atender de raíz las causas de la violencia y la delincuencia en la CDMX.

Tanto el programa Jóvenes Unen al Barrio como el de Barrio Adentro tienen los mismos objetivos: atender a menores que viven en contextos de violencia, para incluirlos en programas sociales, otorgarles capacitación para el empleo, educación, actividades culturales y deportivas, además de brindarles acciones de prevención y seguimiento de necesidades.

El 8 de diciembre de 2020, la jefa de gobierno dijo que se había atendido a 22 mil personas como parte de Barrio Adentro y luego no se supo más.

Cuando presentó ese plan dijo que la Secretaría de Gobierno coordinaría a otras ocho dependencias de la administración capitalina para desarrollar Barrio Adentro: la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), el DIF, el Instituto de la Juventud, el Instituto del Deporte, el Instituto para la Atención y Prevención de las Adicciones (IAPA), la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (Sibiso), la Autoridad del Centro Histórico y la Secretaría de Educación local.

Esta última institución se encargaría de realizar talleres de oficios y ayudaría a jóvenes en la conclusión de la Secundaria y la Preparatoria a través de otro programa llamado Pilares.

Los Pilares son espacios de atención comunitaria y como parte de la estrategia de Barrio Adentro se crearían dos, uno en la calle Jesús Carranza del barrio de Tepito y otro en la calle de Perú 88 en el Centro Histórico.

En su informe del 8 de diciembre de 2020, Sheinbaum destacó que en los Pilares de Tepito y del Centro Histórico se atendieron a 861 personas, con talleres, cursos de alfabetización, así como apoyos para terminar desde el nivel primaria hasta la licenciatura. Resultan curiosos esos datos, porque la jefa de gobierno inauguró los Pilares de Jesús Carranza y de Perú 88 hasta el 8 de junio de 2021.

Con base en la Ley de Transparencia de la Ciudad de México se le preguntó a todas las dependencias involucradas los resultados de Barrio Adentro y de los Pilares.

La Secretaría de Gobierno respondió que “no opera ni coordina la estrategia Barrio Adentro”. Lo mismo argumentó la Sibiso y sugirió dirigir la solicitud a la Autoridad del Centro Histórico (ACH), que no respondió ninguna de las peticiones de información pública presentadas.

Es más, la ACH, el Instituto de la Juventud, la SSC, el DIF, el IAPA y la Secretaría de Educación se ampararon en un acuerdo administrativo que suspende plazos y términos, emitido por Claudia Sheinbaum desde el 20 de marzo de 2020, para no responder las solicitudes de información.

La jefa de gobierno emitió ese acuerdo en medio del confinamiento que impuso la pandemia por Covid-19, pero desde marzo de ese año amplió los tiempos de la suspensión un sinnúmero de veces, hasta llegar en esa condición al segundo semestre de 2021. Así la transparencia en la CDMX entró en una cuarentena interminable.

Cuando alguna de esas dependencias se dignó a responder algo, lo que hizo fue alegar que otras áreas de la administración pública detentaban esa información. Ese fue el ominoso caso de la SSC.

En su Segundo Informe de Gobierno Agosto 2019-Julio 2020, la jefa de Gobierno afirmó que durante el primer semestre de 2020 se logró una reducción de la incidencia delictiva en las 340 colonias, pueblos y barrios en los que se llevó a cabo la “Estrategia 333”, sobre todo en lo referente a delitos de alto impacto.

A la SSC se le preguntó en qué consistía la “Estrategia 333”, se le pidió el listado de las colonias donde se aplica y la información estadística por mes sobre la reducción de la delincuencia en esas 340 comunidades.

La respuesta de la dependencia que encabeza Omar García Harfuch fue sugerir que esos datos se solicitaran a la Secretaría de Cultura, a la Jefatura de Gobierno, a la Agencia Digital de Innovación Pública, a las 16 alcaldías, al Instituto de Planeación, a la Fiscalía General de Justicia, a la Policía Auxiliar y hasta a la Policía Bancaria, “quienes podrían disponer de la información requerida en la presente solicitud”.

Ni siquiera hacer peticiones de entrevistas rompió el cerco de silencio y de desinformación. Así sucedió con la directora del Instituto de la Juventud, Beatriz Olivares, a quien se le solicitó una entrevista en tres ocasiones, así como el apoyo para acompañar a brigadas del programa Barrio Adentro.

La funcionaria nunca respondió y la falta de respuesta tanto de ella como de las diferentes instituciones deja en entredicho la efectividad de esa estrategia que busca atender de origen las causas de la violencia criminal en la CDMX.

FUERA DE LA BUROCRACIA

Ajenas a visiones burocráticas hay personas en la colonia Guerrero que llevan años dedicadas a realizar una labor social casi de sobrevivencia y por eso mismo les queda claro que estas calles son el epicentro de un grave problema social.

Un ejemplo de ese trabajo es el Mary Gloria Fournier, Coordinadora de Actividades de Comunidad Nueva, una asociación civil dedicada a fortalecer lazos entre los habitantes de esta colonia que justo el 28 de junio de 2021 cumplió 147 años de su fundación.

En el cruce de las calles de Lerdo y Sol, en un módulo de Participación Ciudadana del gobierno de la Ciudad que los vecinos de la zona se apropiaron, Comunidad Nueva ofrece actividades deportivas como box, artísticas como dibujo y la elaboración de artesanías, además de capacitación para crear huertos urbanos. Varias plantas sembradas en botes y botellas rodean el patio de este centro social en donde platicamos como Mary Gloria.

También hay una biblioteca, una cocina comunitaria y durante las primeras oleadas de la pandemia se hizo aquí una recolecta de alimentos donados por comerciantes del mercado público “Martínez de la Torre”, el cual se localiza a tres cuadras de este módulo.

Fue necesario recabar y regalar esa comida a los vecinos porque en esta colonia la pandemia tuvo un efecto aplanadora, lamenta la coordinadora de Comunidad Nueva al hablar del desempleo que dejó la cuarentena.

Los jóvenes que no tomaron el camino del crimen salieron a buscar trabajo como repartidores de comida y hacían “mandados” a cambio de alimento.

En el seno familiar se dispararon los casos de violencia y de ello dan muestra los ocho casos de acompañamiento a mujeres por parte de Mary Gloria ante el Ministerio Público, para denunciar golpes contra ellas y sus hijos por parte de sus parejas.

Los niños en la Guerrero no tenían Internet en casa para tomar clases en línea, así que la escena común era ver a menores de edad y sus mamás en las banquetas, rodeando postes del wifi gratuito que ofrece el gobierno de la Ciudad.

La falta de recursos económicos o tecnológicos propició deserción escolar y Mary Gloria habla del caso de dos familias que viven hacinadas en un cuarto de vecindad a dos cuadras de este sitio, con seis niños de primaria y dos de secundaria quienes ya no van a la escuela. Los menores se la pasan todo el día en la calle, jugando o vendiendo paletas.

Contradictorio resulta que para esas dos familias la fuente garantizada de ingreso para adquirir comida son los mismos menores de edad, pues a pesar de no ir a la escuela aún reciben ayuda económica a través de la beca para estudiantes de educación básica que otorga el gobierno capitalino denominada “Mi beca para empezar”. El apoyo consiste en el depósito mensual a una tarjeta electrónica, de 380 pesos por alumno.

Por los ocho infantes son 3 mil pesos al mes, pero el problema es que esas dos familias están integradas por 15 personas y la alimentación diaria de ellas implica un gasto de entre 350 y 500 pesos.

“Entonces imagínate, si diariamente está entre eso, ese dinero que se puede ver mucho, entre tantas personas al final se hace nada”, dice la trabajadora social.

Pese a la emergencia sanitaria y por exigencia de los vecinos de la Guerrero que sólo aquí han encontrado un apoyo, el módulo de Comunidad Nueva reabrió sus puertas en 2021, con medidas sanitarias como uso de cubrebocas, gel antibacterial, la sanitización de los espacios y un registro de usuarios. Así, a la semana llegan en promedio 120 personas a este módulo localizado en el corazón del barrio.

Por haber nacido aquí hace 40 años y por estar al frente de Comunidad Nueva desde 2010, Mary Gloria tiene una radiografía perfecta de lo que ocurre en esta colonia que el Consejo de Evaluación del Desarrollo Social de la CDMX (Evalúa) ubicó entre las 10 más peligrosas de la capital del país, según el documento “Ciudad de México 2020. Un diagnóstico de la desigualdad socio territorial”.

CUADRO 1. Puestas a disposición de menores de edad en la colonia Guerrero de la alcaldía Cuauhtémoc, en el periodo 2018-2021

 

 

*Las puestas a disposición de 2021 llegan hasta el mes de marzo de ese año
Fuente: Fiscalía General de Justicia de la CDMX

CON DIOS Y CON EL DIABLO

Uno de los temas más “fuertes” en la Guerrero es la cultura del narco, comenta Mary Gloria. Ella lo vive de forma recurrente en los talleres con niños de entre 6 y 10 años, a quienes, al practicar juegos y dinámicas, les pregunta qué quieren ser de grandes.

“Hubo una vez un niño que me dijo ´yo quiero ser narco´. Y yo: ´¿pero por qué?’´. Él me contestó que para tener armas, carros, dinero, mujeres, alcohol, el Buchanans (whisky).

“Yo le pregunte si sabía que es el Buchanans y su respuesta fue: ´No me importa, pero yo veo el Señor de los Cielos y otras series de narcos´. Entonces está ahí toda esa cultura que se les ha formado a los jóvenes sobre la figura de éxito de los narcos y yo le decía al niño que ser narco tampoco ha de ser fácil, porque ´imagínate hacer eso y que no puedas tener ni familia o que tengas familia y la maten o que tu hijo le entre a la droga y se muera por la droga o le venga una sobredosis”, narra esta trabajadora social.

Ante respuestas como la del niño, Mary Gloria busca entrar en una reflexión con los menores de edad y decirles que la cultura del narco tampoco está “chida”, pues hay una parte difícil de mucha soledad que ella ha visto con amigos y conocidos.

“Sus familias se alejan de ellos por la parte de la seguridad también. Hay mamás que niegan a sus hijos, que yo conozco aquí y sabes que es su mamá, es su jefecita, ve por ella, la ayuda, pero ella no lo quiere en la casa”, explica la mujer en un tono de aflicción, pues una de las constantes es que la mayoría de las familias asistentes a este módulo tienen a un pariente en reclusión.

Así, los niños de esta comunidad ya saben desde los 6 u 8 años el significado de “estar en Disneylandia” o “estar del otro lado” o “andar en cana”, es decir, estar preso o en el reclusorio.

Le preguntamos si de entre los usuarios de Comunidad Nueva hay casos de jóvenes cooptados por el crimen y su respuesta es inmediata: “Hay muchos”. Niega la posibilidad de tener algún contacto con ellos para entrevistarlos, porque sería exponerlos.

Reconoce hacer trabajo con menores que son hijos de cabecillas de alguna banda, pero el trato con ellos es de respeto, porque para mantener este tipo de proyectos comunitarios ella sigue una regla básica: “Tú tienes que hablar bien con dios y con el diablo, con los dos estar bien”.

Ese es otros de los códigos que sustentan la sobrevivencia en el barrio, como también está el de respetar la “mona” ajena, una porción de paño o estopa humedecida con solvente industrial el cual es inhalado.

La trabajadora social ha llegado al acuerdo con los jóvenes asistentes al módulo que aquí no se puede fumar marihuana y ha colocado un bote de las “monas” en la entrada, para que ahí dejen sus dosis muchos chavos de población callejera cercana que también acuden a esta asociación civil. El consumo de droga ha crecido, lamenta.

La fórmula que ha funcionado con los muchachos en Comunidad Nueva es llegar a acuerdos, no imponer reglas, pero a pesar del trabajo y los esfuerzos Mary Gloria reconoce que solo se tiene éxito para sacar de las adicciones o de contextos violentos a cuatro de cada diez chicos y chicas usuarios de esta asociación civil.

Los otros seis no logran insertarse en un trabajo o en la vida económica porque nunca la han tenido, como tampoco han tenido un horario de trabajo o salario fijo.

Lo contrario es el círculo del crimen, donde los apapachan, les ofrecen dinero o droga y los invitan otra vez a vender estupefacientes.

“Te ven sin varo y órale, ´ten el varo, aliviánese´. Entonces ¿cómo luchar con ello?, porque ellos te abren las puertas de nuevo y te dicen ´bienvenido y aquí estás de nuevo´. Con nosotros también es darles la bienvenida, pero desde la parte social, de trabajo, de fortalecimiento, de conocer a otras personas, conocer otras cosas y creo que hemos tenido más éxito ahí que si los reinsertáramos en una empresa”, destaca la coordinadora de Comunidad Nueva.

LA GUERRERO FIFÍ Y LA GUERRERO CHAIRA

La ayuda gubernamental ha sido mal enfocada, insuficiente y reactiva en esta comunidad del centro de la Ciudad de México.

Tan sólo en donde opera Comunidad Nueva, unos 25 trabajadores de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (Sibiso) del gobierno capitalino llegaron amenazantes a finales de mayo de 2021, exigiendo la devolución del módulo, a pesar de que existía una mesa de diálogo paralela con la Subsecretaría de Gobierno para acordar una ocupación consensuada del inmueble.

Los habitantes tomaron el módulo porque la Sibiso se negó a reabrirlo, al argumentar que el semáforo epidemiológico por riesgo de Covid-19 no lo permitía.

Desde noviembre de 2020 opera a unas cuadras de aquí el programa Barrio Adentro, pero ni siquiera funciona en toda la colonia Guerrero, pues se creó dentro de un polígono de atención que acaba en el Eje 1 Mosqueta.

Hacia el norte de esa vialidad no llega la ayuda del gobierno y por eso Mary Gloria refiere en tono de burla que los habitantes del barrio ya hablan de la Guerrero fifí, a donde sí llega Barrio Adentro, y la Guerrero chaira, olvidada por las autoridades.

El módulo de Comunidad Nueva está en la Guerrero chaira.

Pocas personas aquí saben de la existencia de Barrio Adentro o de que surgió luego del asesinato de dos niños mazahuas. Lo que sí conocen es la tragedia que acabó con la vida de esos menores.

Al más joven de los niños mazahuas, a Alan Yair, lo conocía Ernesto, un joven que vive cerca de la calle Pensador Mexicano y hoy participa en un taller de serigrafía organizado por la Fundación Reintegra.

Gracias a la Fundación fue posible platicar con jóvenes de la colonia Guerrero que enfrentan a diario y de forma muy resiliente situaciones de violencia en su entorno inmediato.

Reintegra hace labores de prevención en favor de adolescentes que viven en colonias y barrios de alta incidencia delictiva, para evitar que las y los jóvenes sean víctimas de ilícitos o se conviertan en perpetradores de los mismos.

Además, la Fundación lleva a cabo labores de reinserción social con menores que tienen algún problema penal, aunque ahora por la pandemia todos los talleres, charlas y reuniones se realizan a distancia vía Internet.

Por intermediación de Reintegra platicamos con Ernesto, de 21 años; Paula, de 16 y Leonardo, de 20. Cambiamos sus nombres verdaderos porque el acuerdo con Reintegra fue garantizarles el anonimato y evitar así colocarlos en una situación de riesgo.

Ninguno de ellos conoce el programa Barrio Adentro, pero mientras les comentamos que ese plan surgió a raíz del asesinato de los menores mazahuas, Ernesto interviene para comentar que él conocía a Alan Yair y a uno de sus hermanos, pues llegaron a ir juntos en la primaria.

“Muchos dicen que (el homicidio de Alan Yair) pasó porque estaban con personas que no hacían cosas buenas. Obviamente mucha gente no se mete. Yo le hablaba al chavo (al hermano) hace mucho y lo sigo viendo; ahora sólo lo saludo y ya, no me gusta meterme en esas cosas. Sus papás son de puestos ambulantes. Siempre fue así. Ellos tenían muchos puestitos, y ya”, recuerda Ernesto.

A Ernesto le ha tocado tener cercanía con otros jóvenes cuyo final resultó trágico.

Así recuerda la existencia de una banda de ladrones que operaba en la calle de Pensador Mexicano y en las inmediaciones del mercado 2 de Abril. Los asaltantes atracaban hasta a los vecinos y cobraban derecho de piso a los comerciantes de ese centro de abasto.

Pero a pesar de que la Policía detenía a los ladrones ellos volvían a salir, hasta que en 2019 a dos integrantes de esa banda, Kevin y Miguel, ambos de 17 años, se les ocurrió robar una joyería en las inmediaciones del Monte de Piedad.

A punta de pistola amagaron al personal, sustrajeron kilo y medio en piezas de oro y ya iban a emprender la huida pero la motocicleta FZ de Yahama en la que pretendían escapar no encendió.

A partir de ese momento la banda comenzó a desmembrarse. Empezaron las rencillas con delincuentes rivales de la calle Santa Veracruz y varios de sus integrantes terminaron ejecutados.

Otro conocido de Ernesto que terminó muy mal fue su compañero de salón en la secundaria. El chavo se llamaba Francisco de Jesús Oropeza y su cuerpo desmembrado apareció en junio de 2018 sobre el puente vehicular que cruza las avenidas Insurgentes y Ricardo Flores Magón, en Tlatelolco.

Cuando iban juntos a la escuela, Ernesto visitó varias veces la casa de Francisco. Los papás siempre estaban ausentes, porque trabajaban y a el muchacho “le gustaba mucho el relajo; no era muy estudioso que digamos”, recuerda su ex compañero de secundaria.

Ambos se distanciaron cuando terminaron la educación básica. Ernesto continuó en la Preparatoria, Francisco ya no quiso seguir en la escuela y se comenzó a juntar con la banda de asaltantes de la calle Pensador Mexicano, empezó a robar con ellos y estuvo preso, salió y siguió delinquiendo hasta que el hallazgo de su cuerpo desmembrado fue noticia nacional.

De todos esos amigos y conocidos que ha visto pasar, Ernesto hace una reflexión: en los últimos dos años cambiaron los rostros de quienes cometen delitos en la colonia; ahora son otros, porque muchos de los anteriores han muerto, aunque quienes los sustituyeron son igual de jóvenes que los anteriores.

“Algunos sí son nuevos porque puede que lo vean como una salida rápida, pero no lo ven de una manera fría, que es el dinero rápido, pero así de rápido como te llega se te va y hasta te vas tú igual de rápido que lo rápido que te llega el dinero”, dice este joven quien logró a mediados de 2021 graduarse de la Universidad, gracias al apoyo de su familia y de la Fundación Reintegra que lo encausó en un plan de emprendimiento luego de que perdió su trabajo en una tienda de ropa.

Afortunadamente para él, la enfermedad de Covid-19 no afectó en la salud de su familia, pero no fue el mismo caso de Leonardo y de Paula.

Con la voz entrecortada, Leonardo cuenta que un tío muy querido falleció en 2020, al inicio de la emergencia sanitaria, y no pudo despedirse de él.

Paula ha padecido de distintas formas la pandemia, desde lo familiar a lo social. Tomaba clases de natación y box pero con la emergencia sanitaria todo cerró, además de que su profesor de boxeo falleció de Covid.

Dice sentirse muy estresada con la escuela en línea porque le cuesta mucho aprender y siente que no le funciona.

A ello se suma la separación reciente de sus padres, que ella asume como consecuencia de una crisis de pareja atizada por los problemas económicos, “porque se peleaban por el dinero de la casa y que a veces no podían pagar la renta y los gastos en sí; por eso peleaban más que nada”, dice.

Hoy Paula vive con su hermano menor y su mamá, quien apenas acaba de recuperar el empleo de enfermera que tenía antes de la emergencia sanitaria.

Aparte de la ruptura de sus papás tiene un hermano mayor que es alcohólico y durante la pandemia terminó en el hospital infectado del coronavirus.

La depresión ha invadido a esta joven, pues otra de las cosas de las que se ha privado es la posibilidad de viajar y visitar de forma recurrente a su familia en Chignahuapan, Puebla, de donde ella es originaria.

En todo este escenario tan complicado para una menor de 16 años se suma el de la inseguridad, pues las calles de la colonia Guerrero donde vive son muy solitarias y en las madrugadas ahí abundan los pleitos y las balaceras. Es ya charla común escuchar a los vecinos hablar de un nuevo ejecutado.

Para ella la inseguridad en su barrio aumentó en los últimos meses y en eso coincide Leonardo, quien hace unas semanas escuchó como su vecina fue privada de la vida por el novio.

“La mató aquí afuera su novio, aquí en la casa de al lado. Me tocó porque yo iba saliendo y nada más oí un grito. Mejor me regresé, pues me dije para qué me quedó ahí”, narra el joven.

Tanto para él como para Paula, el taller de serigrafía que les ofrece la Fundación Reintegra es un asidero para fugarse de los problemas diarios e incluso para obtener un ingreso económico.

Leonardo comenta que antes de la pandemia él acababa de conseguir empleo como auxiliar en un despacho contable. Llevaba cinco meses ahí, pero por la pandemia hubo recorte de personal y fue despedido. Hoy con la serigrafía vende tasas e imanes para una farmacia.

¿POR QUÉ LO HICIERON?

Tiene 14 años y perdió su libertad porque durante el inicio de la pandemia se descarrió y comenzó a robar.

En 2020, con la emergencia sanitaria encima, logró terminar el primer año de secundaria. Lo hizo con clases en línea.

Pero concluyó el ciclo escolar y no volvió a agarrar los libros y cuadernos. Además, la escuela virtual y el programa de Aprende en Casa (clases por televisión) le resultaron aburridos. ¿Qué sustituyó a las aulas y a sus compañeros? “Me empecé a meter en malos pasos”, acepta.[2]

En casa hubo violencia intrafamiliar y por eso sus padres se separaron. Antes de que la Policía lo detuviera vivía con su mamá y sus hermanos.

A casi un año de su detención todavía no lo vinculan a proceso. Como ocurrió con muchos aspectos de la vida cotidiana, la cuarentena a causa de la pandemia detuvo la burocracia judicial y por ello la decisión del juez sobre el futuro de este chico se ha retrasado.

En sus respuestas no deja ver si se arrepiente de haber participado en el robo que lo tiene hoy como un adolescente en conflicto con la ley, de acuerdo con la eufemística clasificación que las autoridades hacen de estos jóvenes.

Lo que sí reconoce es que la pandemia por el coronavirus influyó en sus decisiones, como la de no continuar con la escuela. “Sí, porque me descarrié en tiempos de Covid-19”, dice de forma breve pero tajante.

Hay jóvenes que abiertamente reconocen su arrepentimiento, aunque su situación es más grave porque sobre ellos pesan delitos como el de homicidio calificado.

Esa es la historia de otro chico, de 15 años. Es su primera vez en uno de los cinco centros de internamiento para adolescentes con los que cuenta el Sistema Penitenciario de la Ciudad de México. “Es mi primera vez y última”, asegura.

En 2020, también en plena pandemia, cometió el delito que lo tiene preso y cuando se le pregunta qué lo impulsó a privar de la vida a otra persona se limita a responder: “Lo que influyó fue mi pasado y problemas familiares”.

Y vaya que a su corta edad tiene todo un pasado. A través de clases en línea logró terminar el segundo de secundaria, pero tampoco le gustaba, porque los maestros no explicaban lo suficiente y la escuela por televisión le confundía.

Durante el año de la pandemia, a sus 14 de edad, estaba totalmente distanciado de sus padres, porque en casa había demasiada violencia intrafamiliar. Vivía ya en pareja, con su novia, y para entonces enfrentaba adicción al alcohol y al tabaco.

Dice que tomaba por depresión. Era tanto lo que bebía que llegó a recibir terapia, primero en un centro de rehabilitación juvenil y luego con varios psicólogos, porque además se acepta como un joven “muy alterado”.

Como muchos de sus compañeros, está en espera de que le dicten sentencia, porque en pandemia los juzgados no trabajaron.

Es posible conocer la frenética historia de vida de estos menores de edad, literal, de su puño y letra, porque respondieron un cuestionario de 15 preguntas que se les hizo llegar a través de la Subsecretaría del Sistema Penitenciario de la CDMX encabezada por Hazael Ruiz Ortega.

Al subsecretario se le solicitó por escrito aplicar ese cuestionario a todos los menores de edad que ingresaron a los centros de internamiento durante el año de la pandemia, es decir, en 2020.

Una vez hecha la petición y varias semanas después, el funcionario envió de vuelta 63 cuestionarios respondidos por jóvenes de entre 14 y 18 años. Están incluidos estos últimos porque cometieron el delito en 2020, cuando tenían 17 años.

Llama la atención el número de cuestionarios respondidos. Solo 63, a pesar de que cifras proporcionadas por el mismo Sistema Penitenciario dan cuenta de que durante 2020 hubo 251 ingresos a los centros especializados para menores de la CDMX.

Entre palabras encimadas, faltas de ortografía, trazos del lápiz a veces cargados a la derecha y otros a la izquierda, letras pequeñas y apiladas en la mayoría de los casos, hay historias de vida que tienen un común denominador: soledad y conflicto.

Los cuestionarios se respondieron con la condición de no incluir ningún dato que revelara la identidad de los jóvenes infractores.

De entre ellos hay un chico de 15 años que apenas llegó a quinto año de primaria. Cuando lo detuvieron, él ya no iba a la escuela y eso fue porque la educación “ya no me entraba”, dice.

A diferencia de los otros dos casos narrados líneas arriba y que llegaron a tener el apoyo económico del gobierno de la Ciudad denominado “Mi beca para empezar”, él no recibía ningún tipo de ayuda gubernamental. Es más, ni sabía de ello.

Lo que sí le llegó fueron la marihuana y el alcohol. Con todo y esa historia de vida, asegura que la situación en su casa era buena. Antes de su detención vivía con su papá, en casa de su abuelita. También llama la atención que no hace ninguna mención sobre su mamá.

Está acusado de secuestro y de entre los 63 menores que respondieron al cuestionario, su caso destaca porque es uno de los jóvenes con el mayor registro de reincidencias por conflicto con la ley.

Cuarenta y cinco menores dijeron que era su primera vez tras las rejas, 18 aceptaron que llevan varios ingresos.

Para el joven de 15 años es su primera vez en el CEIPA. Así le dicen estos muchachos al Centro Especializado de Internamiento Preventivo para Adolescentes, pero este quinceañero ha llegado en cinco ocasiones a agencias del Ministerio Público detenido por diferentes ilícitos.

Otro elemento destaca de entre sus respuestas. Es el único que acepta no saber si el confinamiento y los distintos factores derivados de la pandemia influyeron en su estado de ánimo y en las decisiones que lo llevaron a cometer el secuestro.

Para 13 de los muchachos quienes respondieron el cuestionario, la pandemia si influyó en la decisión de cometer delitos como robo, secuestro exprés o narcomenudeo. La razón: necesidades económicas.

“Sí influyó porque quería mi propio dinero, porque tenía más tiempo libre y me juntaba con personas inadecuadas”, dice un joven de 17 años vinculado a proceso por delitos contra la salud.

Otro de 17, acusado de homicidio calificado y portación de arma de fuego, coincide. La emergencia sanitaria sí influyó en su estado de ánimo y en la toma de decisiones. “Por salir mucho, por juntarme con malas personas y por estar en el lugar y hora equivocados”, explica.

“Pues por la falta de dinero nos llevó a cometer un delito grave”, dice otro menor de 16 años acusado de secuestro.

Cuarenta y tres muchachos consideraron que la pandemia no influyó en la decisión de cometer el delito y de entre ellos destaca el caso de un joven de 17 años que llegó al CEIPA en 2020 por homicidio calificado. Cometió el delito porque dijo, era su trabajo, y terminó la frase dibujando un signo de pesos.

Este muchacho no iba a la escuela cuando lo detuvieron. Con estudios hasta el tercer año de secundaria vivía en la misma casa con su novia y su papá. Aunque tiene una hermana, la relación con ella estaba marcada por las discusiones.

A la pregunta sobre si la pandemia influyó en su estado de ánimo y en su toma de decisiones, su respuesta fue tajante: “No. Yo soy responsable de mis decisiones y no me afectó en nada el Covid-19”.

Con esa misma vehemencia dice no considerarse adicto, aunque consumía marihuana y cocaína.

CUADRO 2. De los 63 cuestionarios respondidos por jóvenes recluidos en centros de internamiento, estos son algunos resultados destacados:

Fuente: Elaboración propia, con información obtenida de 63 cuestionarios aplicados a igual número de menores de edad en centros de internamiento de la CDMX

UNA VOZ A DISTANCIA

Por intermediación de Reintegra pudimos platicar por teléfono con Bryan, un joven de 17 años habitantes de la colonia Atlampa en la alcaldía Cuauhtémoc.

Durante noviembre de 2020 ingresó a un centro especializado acusado de robo a transeúnte con violencia. Estuvo un mes adentro y ya se encuentra libre porque el juez de la causa determinó la suspensión del proceso.

En pocas palabras el transeúnte a quien le robó el celular y una cartera le otorgó el perdón y Bryan tuvo que comprometerse a reparar económicamente el daño, lo cual implicó el pago de mil 500 pesos a la víctima.

El joven robó esas pertenencias porque comenzó a sentirse desesperado ante la urgencia de dinero. Vivía con su pareja, quien ya se estaba embarazada y él no encontraba trabajo. No tenía ningún apoyo familiar o gubernamental para hacerle frente a su crisis económica.

En 2019, después de cumplir los 15 años, Bryan terminó la secundaria y no volvió a los estudios. Se dedicó desde entonces a trabajar, pero en 2020 lo corrieron del empleo que tenía como auxiliar de limpieza, pues debido a la pandemia de Covid-19 en la empresa donde laboraba hubo recorte de personal.

“Durante un mes o mes y medio me dediqué a buscar trabajo, pero por mi edad y por la pandemia no me lo daban. Para entonces mi pareja ya estaba embaraza y esa fue mi presión para hacer lo que cometí”, narra el joven.

Habla de los crecientes gastos que se vinieron, como la atención médica para su pareja quien tenía para ese momento cinco meses de gestación. Ambos vivían entonces en Naucalpan.

Pidió empleo en 20 o 25 lugares. En algunos le dijeron que no aceptaban menores de edad y en otros que ya habían corrido a mucha gente y no tenían vacantes.

“Me llegaron a decir que si me contrataban y yo me enfermaba de Covid ellos iban a tener un grave problema con la ley, por contratar a un menor de edad”, recuerda.

La decisión de robar el celular fue un impulso. Con la presión económica encima su mente se fugó a otra parte y sin pensarlo vio a la persona que se convertiría en su víctima llevar un celular y una cartera en la mano. Le arrebató las cosas y echó a correr.

Ya llevaba bastante tiempo de ventaja y de carrera para huir del lugar, pero dudó. “Me pregunté qué estaba haciendo”, recuerda.

Dejó de correr, se puso a pensar y mientras caminaba sin rumbo fijo sintió un fuerte empujón que lo hizo caer. Eran los policías que lo tiraron al piso para someterlo.

El robo quedó clasificado con violencia, porque la víctima acusó a Bryan de haberla golpeado y amenazado con una navaja, cuando los hechos ocurrieron en un parpadeo, en el instante que a él le tomó arrebatar los objetos y correr con ellos.

Sobre su experiencia de un mes en internación, Bryan escuchó las historias de otros menores, quienes en su mayoría llegaron ahí por malas compañías, pero él no.

Nadie lo convenció de cometer el delito, porque lo suyo fue una mala decisión que tomó al salir del último sitio al que acudió para pedir empleo y donde también se lo negaron.

Hoy este joven es padre de una bebé que nació en abril pasado. Obtuvo un trabajo que le ayudó a conseguir su mamá, pues después de la detención el vínculo familiar se fortaleció, tanto con su madre como con sus hermanos.

Antes no era así, antes estaban muy distanciados, pero ahora viven juntos en la colonia Atlampa, una comunidad que, por cierto, es también de las más violentas de la alcaldía Cuauhtémoc.

Aún no tiene ningún tipo de ayuda del gobierno, pero Bryan está interesado en regresar a la escuela para recibir una beca.

ANEXO. LA FRIALDA DE LAS CIFRAS

La frialdad de los números retrata el contexto de violencia en el que se desenvolvieron menores de edad durante la pandemia por Covid-19 en la Ciudad de México, así como los distintos problemas que enfrentaron.

En los siguientes cuadros y tablas se presenta ese escenario en el que podría llamar la atención una reducción de delitos cometidos por menores de edad, al comparar el periodo inmediato anterior a la pandemia con el de la emergencia sanitaria.

Una segunda mirada permite observar que la juventud capitalina que transgredió la ley trasladó parte de la violencia de las calles a entornos privados, con delitos más graves y cometidos por personas cada vez más jóvenes.

 

CUADRO 3. Puestas a disposición de menores de edad ante el MP, reportadas la FGJCDMX en el periodo 2019-2020

*Las edades de los jóvenes que cometieron este ilícito fueron cada vez menores. En 2019 el más joven tenía 13 años, le seguía otro de 14, uno más de 15, cinco de 16 años y dos de 17 años. Para el 2020, uno de ellos apenas tenía 11 años de edad, otro de 12, dos de 13 años, uno de 14, otros tres de 15 años y los últimos tres de 17 años.
** En este delito destaca que los perpetradores fueron en buena medida mujeres adolescentes. En 2019, cinco jovencitas incurrieron en violencia familiar, pero en 2020 subió a nueve, un aumento de 31 por ciento.
***Las mujeres menores de edad tuvieron una participación activa en la comisión de delitos en la Ciudad de México durante el año de pandemia. En 2019, 654 jovencitas llegaron al MP acusadas de todo tipo de delitos; para el 2020 fueron 607, es decir, su participación apenas fue menor en un 7.1 por ciento entre un año y el siguiente.
Fuente: Fiscalía General de Justicia de la CDMX

 

CUADROS 4 y 5. Jóvenes en internamiento y externación, según el año de ingreso*

Ingresos en externación:

Ingresos en internamiento:

*Las cinco sedes para atención de menores en internamiento son: el Centro Especializado para Mujeres Adolescentes; el Centro Especializado para Adolescentes “San Fernando”; el Centro Especializado de Internamiento Preventivo para Adolescentes; el Centro Especializado de Prevención y el Centro Especializado para Adolescentes “Dr. Alfonso Quiroz Cuarón”.
Fuente: Sistema Penitenciario de la CDMX

 

CUADROS 6 Y 7. Delitos cometidos por jóvenes en internamiento y externación, de acuerdo al año en que cometieron la falta

Delitos en externación:

Delitos en internamiento:

Fuente: Sistema Penitenciario de la CDMX

 

CUADRO 8. En diciembre de 2020 la SEP aplicó una encuesta sobre el programa Aprende en Casa entre un millón 917 mil 372 estudiantes de las 32 entidades. Algunos de los resultados más destacados fueron los siguientes:

Fuente: Dirección General de Gestión Escolar y Enfoque Territorial. SEP

 

CUADRO 9. Los estudiantes que respondieron a la encuesta Aprende en Casa, externaron sus preocupaciones sobre la pandemia.

Fuente: Dirección General de Gestión Escolar y Enfoque Territorial. SEP

 

CUADRO 10. Durante la pandemia, la deserción en educación primaria de escuelas públicas de la CDMX se observar con el comportamiento de la matrícula estudiantil

Fuente: Autoridad Educativa Federal en la CDMX

 

CUADRO 11. A nivel secundaria hubo una caída importante de la matrícula en escuelas públicas de la CDMX durante el ciclo 2019-2020. Aunque hubo una ligera recuperación en el ciclo siguiente, no se logró restablecer a los números que había antes de la pandemia

Fuente: Autoridad Educativa Federal en la CDMX

CUADRO 12: En marzo de 2021 el INEGI publicó los resultados de la Encuesta para la Medición del Impacto Covid-19 en la Educación (Ecovid-Ed) 2020. Del sondeo se detectaron las siguientes razones de deserción escolar:

Fuente: Instituto Nacional de Estadística y Geografía

 

[1] En los cuadros 10, 11 y 12 del Anexo se pueden observar el comportamiento y varias razones de la deserción escolar en la CDMX durante la pandemia

[2] En el cuadro 8 del Anexo se incluyen los resultados más destacados de una encuesta aplicada por la SEP a estudiantes de educación básica sobre el programa Aprende en Casa

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