Elba, la maestra

Ciudad de México.- La presidencia imperial ha muerto. Ha sido sustituida por algo que parece una democracia (hay elecciones, discursos y leyes) pero no lo es. Es un sistema híbrido con algunas reglas impuestas por personajes como Elba Esther Gordillo. Esas normas ayudan a entender la disputa entre la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y el gobierno de Enrique Peña Nieto.

Carlos Salinas de Gortari fue el último presidente imperial. Le bastó con girar instrucciones en abril de 1989 para que Carlos Jonguitud Barrios entregara el liderazgo magisterial a Elba Esther Gordillo, la maestra que enseñó a una generación de gobernantes cómo pervertir la democracia para provecho propio. Nunca ocultó sus intenciones. En su primer desplegado en Proceso hizo saber que “México está cambiando y nosotros tenemos la posibilidad de abanderar y ser protagonistas del cambio”. Cumplieron y modificaron las reglas para su beneficio y desgracia de la democracia y la educación. 

Elba Esther Gordillo y su sindicato desvirtuaron bien pronto las elecciones con un mecanismo que constaba de un sofisticado sistema para recolectar y analizar información política sobre intenciones del voto, de una oferta de servicios a los candidatos y de una maquinaria para entregar votos cooptados o comprados. A cambio Elba Esther exigía cargos con presupuestos que le permitían alimentar a su grupo y engrasar el dispositivo. 

Sus métodos hicieron furor y fueron imitados sin jamás ser superados. Elba Esther metió en sus alforjas a alcaldes, delegados capitalinos, gobernadores y a dos presidentes de la República. El primer día de su gobierno, Vicente Fox le entregó el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) y Elba Esther vanidosa, le presumió a Joel Ayala, otro líder sindical, que “el Presidente me acaba de dar el ISSSTE”. Con esa frase empezó la descomposición de la alternancia. En julio de 2004 Fox le cedió el control de la Lotería Nacional y en febrero de 2006 el Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP). 

Durante algún tiempo se creyó que Elba Esther y su sindicato le otorgaron a Felipe Calderón un millón de votos; agradecido el panista respetó sus posiciones y le confió la joya de la corona educativa. El 12 de diciembre de 2006 José Fernando González Sánchez, yerno de la maestra, se convirtió en subsecretario de Educación Básica, la dependencia de la SEP con más presupuesto. El elbismo se expandió y se apropió de secretarías de educación pública estatales y llenó a la administración pública de leales a la maestra pero ineficaces como gobernantes. El cuatismo se generalizó y la mediocridad imperó. 

Fueron años de bonanza para Elba Esther y otros poderes fácticos. Gobernadores y carteles del crimen organizado, mineras y ambulantes, partidos políticos y tribus, se disputaron con tarascadas y rasguños las riquezas naturales y presupuestales. Ninguno de ellos superó a la maestra quien tomaba decisiones cada año sobre presupuestos superiores a los del gobierno del Distrito Federal o el Estado de México combinados.

Ninguna ley, juez, árbitro electoral o Presidente pudo o quiso frenar el saqueo y la balcanización del poder. Enrique Peña Nieto metió en la cárcel a Elba Esther en 2013; una acción lucidora pero irrelevante porque dejó intactas las reglas del sistema postransición. En el México cincelado por Elba Esther y sus cómplices e imitadores son totalmente lógicos los métodos empleados por la CNTE para defender sus cuotas, espacios y privilegios y darle una revolcada de antología al peñanietismo. Ignoro, por supuesto, el desenlace de ese y otros conflictos. 

Hay sectores en la sociedad inconformes que entienden las nuevas reglas, documentan los excesos y se organizan para exigir a jueces y árbitros lo más elemental: la aplicación de la ley. Entre las élites políticas también están expresándose quienes entienden la disfuncionalidad de un sistema creado a imagen y semejanza de las enseñanzas de Elba Esther, la maestra. La mudanza a la democracia está lejos de haber terminado. Desmantelamos el presidencialismo imperial. Nos falta construir la democracia, reducir la desigualdad y crear los polígonos de paz que contengan la violencia. La buena noticia es que en todo México hay esfuerzos en esa dirección. 

Comentarios: www.sergioaguayo.org

Colaboró Zyanya Valeria Hernández Almaguer. 

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